Por: Gilberto Jiménez Carrillo

Durante los últimos diez años, la cultura no ha recibido un trato adecuado ni prioritario, aun cuando se ha discutido incansablemente sobre la necesidad de insertar al sector en el aparato productivo y forjar una verdadera industria cultural, nada ha surtido efecto. Ahora, en tiempos de crisis, quizás sea tiempo de volver la mirada de nuevo con seriedad y mucha atención. Es importante preguntarse entonces sobre la sostenibilidad de las actividades artísticas y culturales en tiempos de crisis desde dos aspectos clave: El financiamiento y la demanda.

En relación con el primero, el estado ha intervenido en la promoción y difusión del arte y cultura siguiendo un modelo cercano al mecenazgo, esto debido a la escasa, por no decir nula creatividad y visión de los funcionarios encargados de esta importante actividad humana. No existe una Ley de cultura que ponga énfasis en la necesidad de buscar un mecanismo establecido y permanente para el financiamiento estatal de la cultura. La creación artística y la producción cultural no deben estar supeditadas exclusivamente a la asignación de recursos por parte del Estado.

 En cuanto a la oferta cultural que se presenta para su consumo, el común denominador es la falta de público. Muchas propuestas tienen un público reducido o incluso se cancelan por la falta de gente. Ante esta realidad la cultura ha quedado relegada a algo secundario u opcional porque no “produce nada de valor”. Para muchos es un gasto o un lujo del que podemos prescindir en estos tiempos de crisis. Pero, ¿Acaso la cajera, el taxista, el médico, la abogada o el conserje, en sus respectivas rutinas diarias, no necesitan de vez en cuando leer un libro, visitar un museo, ver una película o escuchar una canción para mantenerse cuerdos? ¿No hay beneficio alguno en disfrutar de un baile, llorar con una obra de teatro o apreciar los colores de una pintura? ¿Acaso es posible pasar el confinamiento causado por el Coronavirus mirando la pared día tras día como autómatas? Puede que no sea rentable, que no produzca dinero, que no nos dé de comer, pero la cultura provee a la sociedad de otro tipo de riqueza: Imaginación, comunidad, identidad, emoción, perspectiva.

Es un puente entre personas y cosmovisiones, un tejido que nos conecta y nos mantiene unidos. La cultura infunde de vida a la sociedad, entrega mística y sentido, nos sumerge en una dimensión más profunda ante las menudencias de la rutina, nos recuerda la humanidad que perdemos a ratos. Por eso es fundamental comprometernos con la cultura ya que no es un bien de segunda necesidad, es imprescindible para un sociedad sana, cohesionada y feliz. El problema es que la cultura se tiene como algo prescindible y parece que lo que no sea materialmente rentable no está considerado como útil, cuando la cultura en tiempos de crisis es más necesaria que nunca. Hay muchas inquietudes sobre el panorama cultural, pero también hay muchas intenciones por apostarle como sociedad a la cultura, contando siempre con la participación de los verdaderos gestores y artistas protagonistas del quehacer cultural.

Confío en que esta pausa forzada nos entregue el tiempo para reflexionar y que todos y todas salgamos de esta crisis fortalecidos, dispuestos a cambiar el paradigma, de lo contario tendríamos un problema doble… la cultura de la crisis y la crisis de la cultura… Si no es ahora, ¿Entonces cuándo?

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