Por: Gilberto Jiménez Carrillo

El licenciado Andrés Manuel López Obrador es un hombre tenaz que ha creído siempre en su causa y, sobre todo, en sí mismo. No tiene ni padrinos ni compañeros y pone a prueba a todos. La victoria del primero de julio del año pasado es testimonio de la tenacidad asombrosa de López Obrador. Durante muchos años ha estado en el centro de la atención nacional. Sus frases y su acento se han vuelto parte de nuestra comida diaria. Hecha de más derrotas que de victorias, el tabasqueño ha sido el político más temido y el más amado de los últimos lustros. Lo han dado por muerto varias veces y está más vivo que nunca. Se creyó que su radicalización tras perder las elecciones en el 2006 sería su fin. Tuvo una segunda oportunidad en 2012 y le volvieron a robar la Presidencia. Pocos creyeron que tenía futuro por delante. Al cerrársele las puertas en su partido, emprendió la marcha para formar una nueva organización política. Parecía un salto al vacío, la obstinación de un hombre que no admite su ocaso. Su apuesta terminó siendo acertada pues aquella aventura quijotesca conquistó a la mayoría. López Obrador es un hombre de fe porque ha visto más allá de lo razonable, porque es un creyente en lo inaccesible. López Obrador no se hizo en la política de las camarillas ni en la de los linajes. No ha ascendido presumiendo diplomas ni apostando a las recompensas de la disciplina. No es hijo del centro sino de la periferia. Más bien, es hijo de la periferia de la periferia. Se hizo, literalmente, sobre la marcha. Como nadie, ha recorrido el país de punta a punta. Hace años viajaba horas para reunirse, en un poblado remotísimo, con una decena de simpatizantes. Hoy llena las plazas. Se curtió con tosquedad en la batalla política, ahí donde se quiebran los límites de lo posible, ahí donde se cuestiona lo aceptable. Su singularidad es relevante. En el horizonte mexicano supone la aparición de un liderazgo radicalmente distinto, al mismo tiempo auténtico e indómito, profundo y desbocado. Es el primer líder social que ocupa la presidencia de México. Eso es López Obrador: Un espléndido dirigente social. Hombre de instinto, terco, perceptivo, audaz, imaginativo, misteriosamente elocuente. Ahí puede arraigar la intensidad de la devoción y el temor que provoca. El político más talentoso que ha conocido México en muchas décadas. La polarización que vive el país no proviene del lenguaje ni de la estrategia política del Presidente de todos los mexicanos,  proviene de una larga acumulación de agravios. El licenciado López Obrador los expresa y los encauza. Quienes han hecho a López Obrador han sido sus adversarios. Contra ellos se formó, contra ellos ha crecido. Sus seguidores son mucho más que votantes. Son parte de un movimiento social del que no hay precedente en la historia contemporánea de México. Se le acusó de ser el gran peligro para México pero después de años y más años de sangre y mugre, de violencia y corrupción, no hay mayor peligro que la continuidad de lo existente. Por eso hay que decir que el terremoto que provocó la victoria y ahora el Gobierno del licenciado López Obrador,  será el gran desafío de México que a todos nos pondrá a prueba. Bienvenido nuevamente a Durango, señor Presidente.

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