Por: Gilberto Jiménez Carrillo

Al igual que la inmensa mayoría de los pueblos del mundo, a lo largo de los siglos, el nuestro ha enfrentado y sobrellevado infinidad de adversidades, catástrofes naturales, hambrunas, pandemias, revoluciones, guerras y de pilón malos gobiernos. Hasta el 2018, se pensaba que los mexicanos eran increíblemente estoicos o resignados, pues durante décadas aguantaron gobiernos que, en todos los sentidos, solo dejaban números rojos.

Durante 60 años, el antiguo régimen priista llevó las tiendas de los asuntos públicos, pero a partir del 2000 con la alternancia en el poder, el imperio se terminó. Durante doce años el PAN gobernó el país, pero muy pronto la gente se desencantó dándose cuenta que la democracia no garantiza ni asegura el bienestar de los pueblos. Luego de dos sexenios de experimentar con el PAN, los votantes volvieron a darle su apoyo al PRI y ya ven como nos fue con el frívolo y corrupto Gobierno de Peña Nieto. Lo ocurrido en julio del 2018 fue algo extraordinario. López Obrador llegó a la presidencia de la República porque su figura esperanzó a millones de mexicanos. Pero no fue únicamente la expectativa de que ese gran líder social pudiera construir un futuro mejor, sino que los votantes expresaron también su enojo en las urnas. Tuvieron la oportunidad de que su voluntad de ciudadanos con derechos reales se viera reflejada en los hechos, es decir, la de echar a la calle a los gobernantes indeseables.

A más de dos años del nuevo Gobierno, vale la pena hacer un breve análisis de porque prevalece la aceptación que tiene López Obrador. El rencor llevó a los ciudadanos a expresar su repudio a los soberbios corruptos de antes y en la actualidad el pueblo no está enojado con su presidente, que todos los días exhibe abiertamente los usos y necesidades de la gente común y corriente, pues el mismo es uno de tantos, generando con ello el aprecio y aprobación de millones de mexicanos. Los detractores se escudan en decir que no se ven resultados concretos que respondan a las expectativas generadas por el nuevo Gobierno, pero el tiempo aun es corto, en dos años no se cambian los arraigados vicios que nos dejaron los anteriores.

Los opositores no se han dado cuenta que la gente no vincula el desempeño del aparato gubernamental, con la franqueza, honestidad y valor del decir y actuar del Presidente de la República. Esta desconexión resulta muy interesante porque el repudio al sistema anterior fue precisamente lo que llevó a que millones de conciudadanos optaran por un modelo diferente. Explicaciones puede haber muchas, lo cierto es que la gente quiere y necesita creer en su gobernante y en su proyecto de gobierno, y si en algún momento dejara de tener fe en la Cuarta Transformación (4T), entonces lo perdería todo, no le quedaría siquiera la esperanza de que el futuro le depara algo mejor, pues ni modo de voltear a ver a los de antes, ni modo de pensar siquiera en votar nuevamente por los mismos que durante más de 80 años saquearon al país y se burlaron de los mexicanos.

Los ilusos miembros de la oposición no alcanzan a darse cuenta que todavía el resentimiento de muchas personas se sigue dirigiendo hacia el pasado y el régimen de López Obrador continúa representando un castigo ejemplar. Por eso los mexicanos continúan confiando en el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

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