Por: Fátima Salazar

Volvería a ser maestro/ para llevar la luz donde hoy hay tinieblas (extracto del poema “Volvería a ser maestro” de José de Jesús Velásquez).

Mañana regresan de un periodo de vacaciones, miles de alumnos y maestros, con una novedad, será virtual. La prolongada cuarentena y con la amenaza latente de la posibilidad de perder el ciclo escolar, es inminente un rediseño de los procesos de enseñanza-aprendizaje, lo cual pronto será anunciado de manera formal.

Ante ese golpe de realidad tan contundente, las opiniones y posturas se dividen, las resistencias al cambio se disfrazan con diferentes caretas, sin embargo, la realidad es más fuerte: O le entramos o le entramos, no hay otra salida.

Los pretextos sobre la falta de conectividad, el contexto desfavorecido, la lejanía de las comunidades, la pobreza, se van a desvanecer cuando los buenos maestros, los que tienen una vocación muy sólida, acallen a sus propios colegas con formas de trabajo creativas, efectivas, adecuadas a los contextos y sorprendentemente, más interesantes y de mayor trascendencia que las actividades tradicionales de la escuela.

Los buenos maestros son los que hicieron, y en esta ocasión, harán también la diferencia; veremos, no me queda duda, ejemplos de ingenio creativo, demostración de habilidades sorprendentes, productos inimaginables en otras circunstancias, porque históricamente así ha sido la evolución de la humanidad: La necesidad, es la madre de la creatividad.

Por otra parte, habrá docentes que dejarán pasar el tiempo lamentándose, haciendo intentos infructuosos, dejando ir lo que es tal vez, una de las mejores oportunidades de su vida para innovar, aprender y transformarse.

Desde hace muchos años, se estuvo hablando de la necesidad de transitar hacia nuevos paradigmas en educación, sobre todo por la coyuntura generacional que marcó la llegada a las aulas de los nativos digitales, abrieron la puerta los llamados “Milenials” y detrás de ellos, desfilaron cohortes que los expertos no atinan en algún nombre que los unifique para identificarlos, se les llamó generación net, centenials, Y, Z, alfa, en fin… las condiciones en que ellos crecieron determinaron formas bastante distintas de aprender, tuvieron contacto desde que nacieron con dispositivos electrónicos, y desarrollaron habilidades que superan con mucho, las de los adultos encargados de su educación y su crianza, sean estos padres o maestros.

La paradoja radica en el hecho de que, a pesar de los cambios evidentes en las formas de aprender de los estudiantes que están inscritos en el sistema educativo, los métodos de enseñanza no cambiaron mucho, al menos no en la dimensión de los cambios vertiginosos que tuvieron el uso de dispositivos electrónicos.

Es cierto también, y debe reconocerse, que el país tuvo un desarrollo desigual, el acceso a la tecnología no fue equitativo, estuvo relacionado con la capacidad económica de las familias y la ubicación geográfica de las comunidades; los gobiernos por su parte no cumplieron a cabalidad, con la encomienda de procurar mejores condiciones para las zonas rurales o de difícil acceso para impulsar la conectividad.

Hoy más que nunca, debemos asumir la tarea educativa como una responsabilidad colectiva, como un imperativo social de grandes dimensiones que necesita nuestro compromiso, porque lo que está en juego es la educación de las nuevas generaciones, algunos de ellos, nuestros propios hijos y por ellos y por su futuro, bien vale la pena cualquier esfuerzo.

Twitter: @LCCFatySalazar