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Paulino Vargas, el bronco de Reynosa que nació en Durango (Primera parte)

05/09/2019 - Hace 5 años en México

Paulino Vargas, el bronco de Reynosa que nació en Durango (Primera parte)

Zona de Debate | 05/09/2019 - Hace 5 años
Paulino Vargas, el bronco de Reynosa que nació en Durango (Primera parte)

Por: Gilberto Jiménez Carrillo

Nació en 1939 en Promontorio, municipio de Santa María del Oro, Durango. Su vida fue todo un acto de supervivencia. Huyó de su natal Espinazo, un pueblo perdido en la sierra de Durango, para no morir ajusticiado. A los 13 años de edad conoció a Javier Núñez, y ambos más tarde se convertirían en los famosos Broncos de Reynosa. Era 1955, meses antes de que el mundo supiera de Elvis Presley. Tenía 14 años cuando compuso el primer narcocorrido de la historia. No sabía leer y en consecuencia no escribía. Pero era dueño de una memoria asombrosa, y una capacidad musical fuera de lo común. En 1955 la industria musical se sorprendería con la aparición de un dueto duranguense un tanto curioso: Un pequeño acordeonista con dedos largos, moreno y flacucho, pero bravo, de no más de 16 años, y un bajista regordete y bonachón, 15 años mayor: Eran Paulino y Javier. Un compositor que con facilidad se instala entre los cinco creadores de música popular mexicana de mayor influencia. Paulino no sólo fue músico infaltable en las fiestas de mandatarios como Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. También tocó para Lucio Cabañas y bautizó a los hermanos Hernández como Los Tigres del Norte, y les bendijo con un puñado de canciones que hoy los han vuelto leyenda. Paulino era un hombre de historias cercanas, de primera mano. Así pudo escribir sin que le contaran. Así le salieron, cuando apenas aprendió a leer, “La banda del carro rojo”, El corrido de Lamberto Quintero, “La fuga del rojo”, “El moro de Cumpas”, “Clave 7”, “Carga ladeada”, “Paso del Norte”, “Libro abierto”, “Valentín de la sierra”, “El hijo de su”, “El sube y baja”. Los hitos de los corridos de narcos y la música norteña. En los años 40, todavía flotaban en el ambiente los grandes corridos de la Revolución Mexicana, historias de bandidos y revolucionarios que llevaban a cabo actos heroicos y salían triunfantes de peligrosas batallas. Pero antes de Paulino Vargas nadie se atrevió a cantar historias de narcotráfico y contrabando, de hombres que morían al enfrentarse a tiros con la policía y de los que “sólo las cruces quedaron”. Paulino se convirtió en poeta rural. Sus canciones, narraciones épicas, retratos de hombres de la sierra y odiseas en la frontera, se extendieron pronto entre el pueblo mexicano, donde se convirtió en “el amo del corrido”. Cuando Paulino Vargas subía al escenario, el acordeón se convertía en parte de él, en una extensión de su cuerpo. Mientras lo hacía zigzaguear, con su sonido doloroso y festivo, Paulino se adueñaba de los espacios taconeando, a pasito y pasito, meciéndose, dando giros. La música de su acordeón era como él, impredecible. En manos de Paulino la música, propia y ajena, se retorcía a su ritmo, se dejaba llevar por sus volteretas. La herencia de Paulino Vargas Jiménez es incalculable. En la actualidad, las nuevas generaciones siguen cantando sus corridos. Hay decenas de videos de sus películas, presentaciones y fotoclips en YouTube con miles de vistas. Sus “corridos prohibidos” hoy circulan sin barreras en internet. Los mayores exponentes de la música norteña han cantado alguna vez sus canciones. El saldo que dejaron sus más de 50 años de carrera son 30 películas, más de 300 canciones, muchas aún inéditas, un centenar de discos y el testimonio de ese México oscuro y bronco que vive hasta nuestros días.                                    Email:[email protected]

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