Por: Sergio Duarte Sonora

Qué difícil es hacer campaña y convencer al ciudadano que vote por tu partido y a la vez invitarlo a que vote por candidatos que no son tus candidatos. Confusión, incertidumbre, bajo nivel de confianza, desaliento, extravío y al final, el desprecio, el agandalle y el maltrato de tu aliado principal.

Para los perredistas duranguenses la elección concurrente, federal y local, del año 2018, fue un verdadero vía crucis, pues había que hacer campaña para Presidente de la República, sin candidato propio; había que hacer campaña para elegir senadores, sin candidatos propios; había que hacer campaña para diputados federales, sin candidatos propios; había que hacer campaña para diputados locales sin candidatos propios. Y para colmo de males con Morena posicionándose en las preferencias electorales de segmentos ciudadanos proclives a votar por la izquierda.

Fue caminar inexorablemente rumbo al cadalso político. Aun así el perredismo reaccionó y participó con generosidad, disciplina y evidente vocación de sacrificio al caminar sin un objetivo estratégico o histórico que valiera la pena para dejar la piel en el abrupto camino por andar. Hoy hasta Jesús Ortega, el “chucho mayor” reconoce que fue un error ir coaligados con Acción Nacional. Con candidatos propios y con el discurso histórico de izquierda, el PRD hubiese obtenido un resultado arriba del 10 por ciento, una mayor presencia en las cámaras y la cohesión necesaria para poder tejer una alianza parlamentaria con las izquierdas para coadyuvar con fuerza y dignidad en la transformación del país y evitar el desdibujamiento y vaciado del partido, proceso que avanza incontenible. La salida reciente de Alejandra Barrales y Juan Zepeda no deja margen a la duda.

La elección del año 2016 en Durango fue la última elección con un justificante histórico para que el PRD fuera en alianza con la derecha. El PAN y el PRD juntos, con Aispuro a la cabeza, lograron un objetivo histórico: Sacar al PRI del poder en Durango. De ahí en más las alianzas con la derecha, han sido con objetivos cuestionables, como la intención de detener a Amlo en el 2018;  y  en lo local en este 2019, ganó la inercia, la pérdida de brújula y la búsqueda de espacios menores. La crónica de una alianza fallida que evidenció también la crisis de Acción Nacional, crisis paliada por el triunfo de Jorge Salum en Durango capital. (Tema objeto de otra entrega).

Como balde de agua fría los perredistas duranguenses recibieron la sentencia del TEE que les arrebata representación en los cabildos de Canatlán, Pueblo Nuevo, Tlahualilo, San Luis del Cordero, San Bernardo y El Oro, sumada a resolución anterior que deja sin representación al PRD  en el Cabildo de Mapimí. Situación generada por las pugnas internas y la deficiente operación política de la dirección formal y real de Acción Nacional.

Sin caer en la precipitación, el perredismo en Durango deberá actuar en base a un diagnóstico objetivo de la situación con la mira puesta en el futuro. Respetar el acuerdo político con el Gobierno de Aispuro, participar en la construcción de una nueva etapa en el municipio de Durango y en el de Gómez Palacio, y de plano darle la oportunidad a los cuadros jóvenes para que den la cara por el proyecto estatal, con una línea política pensada e impulsada desde la izquierda. La presencia perredista en los cabildos de Durango y Gómez Palacio, Los triunfos de perredistas en Rodeo y Nombre de Dios, así como el trabajo consolidado de los hermanos Ramos y demás perredistas llaneros, genera una llama de esperanza en la maltratada izquierda electoral duranguense.

Los morenos históricos andan por las “mesmas”. ¿Se podrá reinventar la izquierda duranguense de cara al 2021 y 2024?