PUERTA INTERIOR… La carne me llama
Por: Norma Huizar
Recuerdo el olor a carne cruda, me encantaba ver como destazaban una res, colgada de unos ganchos de hierro que ahora solo veo en las películas.
Era muy entretenido contemplar cómo quitaban los pellejos (grasa) de un buen trozo de pierna. Los cuchillos para cada corte: Para destazar, para quitar la grasa, para cortar el cuete.
Me encantaba introducir un trozo de carne magra al molino y ver cómo salía en forma de gusanos delgados, así se hace la carne molida.
El molino, la sierra, los ganchos, el refrigerador para mostrar a las clientes la carne de primera que se vende en “La Blanca”, la carnicería que fundó mi abuelo materno, luego la trabajo el hijo mayor y ahora el nieto mayor, toda una tradición familiar. De hecho, he pensado que cuando me jubile, con una buena capacitación puedo ser tablajera.
Mi niñez transcurrió buena parte en la carnicería, puedo sentir el olor del aserrín de los huesos que cortaban para las señoras que pedían las sobras para sus perros. En Semana Santa, como buenos católicos, vendían pescado fresco, y cerraba jueves y viernes santo. Porque comer carne en estos días era pecado.
A mis primos les tocaba lavar todos los días el mostrador, la barra donde se hacían los cortes, el molino, la sierra, guardar los cuchillos y dejar todo listo para el día siguiente.
Me gustaba jugar con la báscula, tenía muchas pesas de hierro, para medir un cuarto, medio kilo, tres kilos. Estas tenían su caja de madera y las ordenábamos por tamaño y peso. Era una especie de balanza, cuando quedaban a la misma altura, el peso era el que nos habían solicitado.
Teníamos un cajón de madera para el dinero con divisiones para los billetes y las monedas todas sueltas en la parte más amplia. Yo salía de la primaria y me iba a la carnicería, disfrutaba mucho el olor, el ruido de la sierra y ver a las mujeres comprando y platicando.
Los paquetes de carne eran envueltos en papel de estrasa y después en papel periódico, un paquete muy bien hecho que aguantaba el trayecto a las casas sin deshacerse. No cualquiera podía envolver tan bien la carne y que no se desparramara en la bolsa del mandado.
Amé la carne asada, el caldo de res con tuétanos y ubre, el caldo de pollo con las patas y el cuello entero. La barbacoa, el higado encebollado y el corazón, el menudo y el pozole. Las chuletas de corte siete, la pulpa molida, el cuete con mayonesa, el caldillo grande que era carne de puerco con chile poblano y el caldillo chico que era carne de res con chile poblano, según lo decía y preparaba mi abuela.
Si no comía carne, mi panza se sentía vacía.
Eran buenos tiempos y no lo sabía.
Twitter: @_NormaHuizar_