Por: Gilberto Jiménez Carrillo

En las elecciones presidenciales del 2018, el candidato del PAN Ricardo Anaya, quedó en segundo lugar, más de diez millones debajo de Andrés Manuel López Obrador. Cuando fue candidato, este mediocre político tenía una pronunciada calvicie, en la actualidad aparece con un implante de cabello, como si la política consistiera en vender rostros bonitos, que, dicho sea de paso, “canallin” Anaya no lo tiene. Este anodino y trivial personaje no es pieza para nada, como dicen los jóvenes, hasta da “hueva” tomarlo en cuenta, por eso ahora que la Fiscalía General de la República (FGR) lo investiga una vez más por supuesto lavado de dinero, así como por enriquecimiento ilícito y operaciones con recursos de procedencia ilícita, Anaya se fue del país, alegando que es objeto de persecución política por parte del Presidente de la República.

Según “profugin” Anaya, el exilio es la única alternativa para poder seguir luchando, la pregunta es luchando contra que o contra quien, si este sujeto no está hecho para eso. Al presidente López Obrador le robaron las elecciones del 2006 y del 2012 y no se fue del país y continúo luchando. Siendo jefe de Gobierno del Distrito Federal desde 2000, López Obrador tenía inmunidad fuero parlamentario, es decir, no podía ser sujeto a un proceso administrativo o penal a menos que el Congreso de la Unión, por alguna excepción, decidiera retirárselo.

El Gobierno federal encabezado por Vicente Fox solicitó, por medio de la Procuraduría General de la República (PGR), un juicio de desafuero al Congreso de la Unión, para que López Obrador respondiese ante la justicia por sus presuntas responsabilidades. El tema levantó polémicas en la opinión pública. Una mayoría significativa consideró el proceso de desafuero como una maniobra política para eliminar la posibilidad de que López Obrador fuese candidato a la presidencia de la república en 2006, ya que, aún si se lo declaraba inocente, el jefe de Gobierno no podría registrarse como candidato mientras durase el proceso.

El Gobierno federal, el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), por su parte, mantuvieron su posición de agachones la mayor parte del tiempo. El desafuero se consumó el siete de abril de 2005. Como consecuencia se produjeron grandes manifestaciones populares en rechazo y el presidente Vicente Fox terminó por anunciar la marcha atrás de su Gobierno en el proceder contra López Obrador, que, a diferencia del zacatón de Anaya, nunca se fue del país, al contrario, se presentó en la cámara dando un discurso memorable.

Al presidente no le interesan las maniobras de Anaya porque simple y sencillamente no es pieza, no vale la pena ni mencionarlo, no existe punto de comparación entre uno y el otro, la diferencia entre AMLO y el prófugo Anaya es la superioridad moral del presidente. El presidente tiene un millón de tareas más importantes que ocuparse de las declaraciones de “profugin” Anaya, un mexicano que le hace fuchi a las caguamas, ya que él toma vinos refinados, pues es fifí, no es raza. Lo que llama la atención es que Ricardo Anaya no perdió popularidad después de su auto exilio y la sarta de tonterías que declara, pues pasó de cero a cero por ciento de aprobación… era de esperarse, el queretano no es pieza para casi nada, ¿o acaso ha sido pieza fundamental para la construcción del nuevo sistema político mexicano? Pero como no es pieza, le echa la culpa de sus limitaciones y frustraciones al Presidente, que por cierto le da la quinta y las malas.

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