Por: Hermann Linden

Mucho se habla de una etapa en la política que se denomina “Luna de miel”, ha sido incluso motivo de estudios y análisis en distintos países; es un periodo en el que el Gobierno entrante se prepara y asume el poder, se acomoda y se permite hasta un cierto punto un aprendizaje, el cual se engalana de justificaciones y también reparte responsabilidades a aquellos que ya se fueron. Es en esta etapa, cuando el gobernante se encuentra en la cúspide de su popularidad, en su máximo nivel de aprobación, después de este punto, no hay más que bajada, la crítica y la inevitable caída.

Andrés Manuel López Obrador llegó a la Presidencia con más de 30 millones de votos a su favor, casi el doble de los 19 millones otorgados a su antecesor Enrique Peña (ahora conocido como “Lord Pelucas”); esa histórica votación le brindó al ahora Presidente una aceptación igualmente récord, del 78 %. La pregunta obligada es, ¿después de un año, sigue igual?  El periodo de gracia terminó y vaya que se extendió, pero como mencionábamos, sólo hay un camino después de la cumbre y es para abajo, hoy el nivel se encuentra en los 66 % de aprobación, cifra que vale decir se sigue manteniendo muy por encima de anteriores administraciones, lo que vale a los simpatizantes de AMLO como argumento para defender lo que en ocasiones suele ser indefendible.

Y es que todo pareciera indicarnos que la “Cuarta Transformación”, no ha demostrado cambiar las cosas, al contrario, en ocasiones nos hace recordar antiguos regímenes y caudillos autoritarios que durante 70 años fueron muy impopulares. Se esperaría de un político con ideología de izquierda una mayor libertad y autonomía de sus funcionarios, pero las “mañaneras” nos han demostrado que como en el cine, aquí sólo hay un protagonista, vertical, totalitario, el cual dentro de sus líneas discursivas todavía quiere seguir justificando los errores con los pecados del pasado, ese que principalmente se caracterizó por frivolidad y corrupción; con todo y que brinquen nombres de miembros del gabinete federal, los cuáles al buscar la definición de corrupto, casi aparecen como sinónimo, ¿verdad señor Bartlett? Lo que no está en duda es que una de las principales banderas de la “4T” ha sido el combate a esa corrupción y es justo que por ello toma relevancia lo publicado en el Barómetro Global de la Corrupción en América Latina y el Caribe que, a través de cuestionarios realizados a miles de ciudadanos en cada país, se les preguntó qué tanto ha cambiado la corrupción en su nación, otorgó resultados dignos de analizar.

61 % de los mexicanos considera que el Presidente y su Gobierno están actuando bien o muy bien en el combate a la corrupción, la diferencia entre la evaluación de Enrique Peña Nieto y la de Andrés Manuel López Obrador es de 37 puntos porcentuales; nueve de cada 10 mexicanos señala que la corrupción sigue siendo uno de los principales problemas; sólo 44 % consideró que la corrupción en nuestro país ha aumentado, cifra 17 % menor que en el último año de Peña, 21 % de los mexicanos consideró que la corrupción ha disminuido en comparación con el seis por ciento del 2017.

Estas cifras, a toda luz, le vienen a brindar un trampolín para continuar saltando de gusto en la rosácea burbuja de la “Luna de Miel” a López Obrador, desde luego que cada quien es libre de “tener otros datos”.

@HermannLinden