Por: Juan Alberto Esquivel y Cebrián

Desde el principio de los años 30, hasta inicios de los 80 del siglo pasado, (¡60 años!) México vivió una época que, esperamos, no vuelva a repetirse: había elecciones electorales, pero sólo ganaban los recomendados de un solo partido político, el PRI. Existían los tres poderes republicanos: Legislativo, Judicial y Ejecutivo, pero había una sola autoridad, el presidente de la república. El bienestar del pueblo era el tema central de los discursos políticos oficiales, pero, aunque hubo etapas de un elevado crecimiento económico, la pobreza popular no se reducía, sino que crecía. La arbitrariedad de las autoridades federales, estatales y municipales y el abuso de su poder eran lo cotidiano y la corrupción era práctica común entre quienes tenían la chamba de ser o «representante popular» o servidor público, por destacar sólo algunos de los rasgos de ese penoso periodo de la historia nacional.

En resumen, oficialmente se decía que en México había democracia en desarrollo, pero entre el pueblo, se denunciaba a una dictadura singular, corrupta y poco disimulada.

Esta época es conocida como el periodo del presidencialismo en la que el poder de quien tenía el cargo de presidente de la República, prácticamente, no tenía ningún contrapeso y, por supuesto, nada o casi nada de los latrocinios y abusos de las autoridades y «representantes populares» eran conocidos por la opinión pública pues los medios de información masiva estaban férreamente controlados y, por supuesto, no existían instituciones oficiales que fiscalizaran tales hechos. Y ni pensar en que se permitieran protestas populares masivas.

Tal represión al malestar popular provocó violentos movimientos sociales, como los de los maestros, ferrocarrileros, petroleros y estudiantes en la década de los 60’s, la emergencia de guerrillas (Genaro Vázquez, Lucio Cabañas, Arturo Gámiz) en los 70’s y la rebelión chiapaneca a principios de los 80’s. Todos de muy doloroso recuerdo.

Fueron largos los años y múltiples los esfuerzos de la sociedad civil para que esta dictadura aceptara soltar poco a poco su control sobre la vida y los bienes nacionales y se fueron construyendo instituciones, sustentadas legalmente y autónomas; esto es, fuera del control directo del presidente de la república, como, por ejemplo, el actual INE y el INAI (que, por cierto, aclara muchas dudas sobre el desempeño de los gobiernos federal, estatal y municipal). También el poder judicial recobró buena parte de su autonomía y el poder legislativo logró una sana pluralidad.

Esta lucha cívica, que se fue definiendo desde los primeros años de los 80’s y que seguía en progreso hasta el inicio de la actual Cuarta Transformación (4T), parece que está sufriendo cambios sustantivos, pues el ejecutivo federal, con persistencia admirable, descalifica y, en lo que ha podido, desarma o controla -a través de sus incondicionales- a las instituciones que pudieran ser contrapeso a su megalomaníaco poder.

Por eso me surge la duda: ¿Esa tan cacareada transformación es un nuevo horizonte para México o solo un regreso al presidencialismo o, en otras palabras, a la época de oro del PRI?

«El poder corrompe y el poder absoluto, corrompe absolutamente»

¿Tú qué opinas, paciente lector?