- El pionero de la restauración mexicana falleció este 14 de junio; fue uno de los fundadores de la Escuela Nacional de Conservación Restauración y Museografía (ENCRyM).
Como cuando finaliza la magnífica representación de una obra de teatro o termina un concierto de perfecta ejecución, la trayectoria docente del pionero de la restauración en México, Sergio Montero Alarcón (1937-2020), cerró su ciclo en noviembre de 2010 con una lluvia de aplausos en un auditorio lleno y de pie. El pasado 14 de junio concluyó su vida.
La Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) lamentan profundamente el fallecimiento del primer restaurador de la institución, pilar de la profesionalización de esta disciplina en México y uno de los fundadores de la Escuela Nacional de Conservación Restauración y Museografía (ENCRyM) “Manuel del Castillo Negrete”.
Sergio Montero contribuyó a la formación de todas las generaciones de restauradores mexicanos y extranjeros que, a partir de 1966, comenzaron a prepararse en el entonces Centro de Investigación de Conservación del Patrimonio Artístico, “Paul Coremans”, transformado en 1968 en la ENCRyM. Es considerado por sus alumnos como uno de los grandes profesores.
Para el restaurador Rogelio Rivero Chong, uno de los legados más importantes que ha dejado Montero es la formación de profesionistas, “no solamente todo el trabajo de conservación que ha hecho en el país, sino la real formación de profesionales en esta materia”.
Rivero Chong advierte: “Con la cantidad de generaciones que Montero formó, se creó algo así como la bola de nieve que va creciendo en su trayecto; el conocimiento del profesor no se perderá porque tuvo la generosidad de comunicarlo a quienes hoy estamos caminando y creciendo, muchos también dando clases y formando a otros jóvenes.
“No sólo me enseñó la parte técnica del trabajo directo en una obra de arte, sino la búsqueda por el respeto y la defensa de la disciplina, que mucho tiempo fue considerada como un auxiliar de las ciencias antropológicas”.
Paradójicamente, el profesor Sergio Montero no estudió la Licenciatura en Restauración, porque él fue uno de sus fundadores, con lo que abrió el camino para que las siguientes generaciones la estudiaran.
En su juventud estudió Artes Plásticas en La Esmeralda, y luego permaneció un tiempo en Europa oriental, donde conoció y aprendió los principios de la restauración, mismos que aplicó al patrimonio mexicano: desde armar el esqueleto de un mamut, preservar una escultura prehispánica de barro, atender colecciones de títeres, hasta coordinar proyectos de pintura mural, entre los cuales destacan la restauración de los murales costumbristas del siglo XIX plasmados en la antigua finca “La Moreña”, en La Barca, Jalisco.
Durante muchos años, antes de que se emplearan los exámenes de organismos internacionales como los del Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior (Ceneval) o las pruebas psicológicas estandarizadas, a iniciativa de Sergio Montero el examen de admisión de los aspirantes a la Licenciatura en Restauración incluía —como una de las pruebas más decisivas— la elaboración de un títere y una pequeña representación improvisada.
“El maestro explicaba que cuando uno habla a través de un títere, expresa su verdadero yo inconsciente; el muñeco era muy importante para evaluar el interés y las aptitudes de los aspirantes y, entre otras ventajas, esto evitó deserciones por falta de interés o capacidad”.
El restaurador también fue titiritero. Una época de su vida la destinó a elaborar personajes que luego cobraban vida en sus manos y las de su familia, en un teatrino. Esta afición lo llevó a restaurar, en 1983, una importante colección de títeres de la Compañía Rosete Aranda, acervo del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).
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