Esta historia narra una serie de negligencias médicas que acabaron con la vida de un niño que recién había cumplido sus primeros seis años. Edriel, era sobreviviente de meningitis, y aunque las secuelas que le dejó esta enfermedad eran importantes, su vida terminó por la falta de oxígeno que le fue negado varias ocasiones.
Por: Karla Tinoco
En la sala de espera del hospital General de Santa María del Oro esperan impacientemente Rubí y su esposo Octavio para ser atendidos por el médico en turno. Son las 7:00 de la tarde del viernes 11 de agosto, un día casi normal en la familia de los Rayos Reyes.
Aún faltan dos pacientes para que el médico Pedro Antonio M. los reciba, pero se trata de una emergencia en la que la desesperación y la angustia por ver el semblante del niño que llevan en brazos, no es para menos. Edriel presenta una taquicardia tan fuerte que pareciera su corazoncito de apenas seis años quiere salir.
Entre un paciente y otro, Octavio —padre de Edriel— se alcanza a asomar al consultorio y le pide encarecidamente al médico que atienda al mediano de sus hijos. Pero el médico responde molesto:
—¿Qué no estás mirando que estoy atendiendo a un paciente, no te puedes esperar?
—Es que mi niño viene muy malo, respondió Octavio.
—¿No te puedes esperar?, por el momento no te puedo atender.
Enseguida, el médico le grita muy molestó al enfermero.
—¿Puedes atender al niño, a ver qué tiene?
—Ya lo atendí, respondió. No tiene temperatura ni nada.
Octavio se retiró, se queda Rubí afuera del consultorio y cinco minutos son recibidos por el médico. Al ser revisado en su respiración, temperatura y signos vitales, el médico Pedro Antonio M. asegura que el niño está deshidratado por el vómito que previamente había presentado y realiza una serie de anotaciones en su expediente clínico que debe seguir el personal de enfermería.
Pero Rubí no está conforme con el diagnóstico médico porque observa como el corazón de su hijo se siente como si hubiera corrido un maratón. El médico insiste en que su estado de salud es normal porque horas antes tuvo mucho vómito a consecuencia del reflujo que padece.
“Me quedé inconforme porque yo veía al niño mal y pregunté si le podría poner oxígeno, pero respondió que no, porque el niño no lo necesitaba. Me dijo que yo tenía que llevarlo con un médico particular porque yo había normalizado que el niño se me estuviera enfermando”.
La respuesta de Rubí fue que Edriel siempre había sido atendido por médicos especialistas; incluso, lo trasladaban hasta Torreón (Coahuila) donde era valorado continuamente por los médicos. Ante la emergencia, en esa ocasión decidieron llevarlo al hospital General de Santa María del Oro, pues no alcanzarían a llegar hasta Torreón.
El médico sugiere que el niño sea internado para tratar la deshidratación, pero Rubí sabe que, a diferencia de otras ocasiones, Edriel presenta una taquicardia que no sabía cómo frenar.
Durante la noche —mientras descansaba— le toma una fotografía y se acerca con la doctora en turno para decirle que Edriel grita de dolor. Aunque lo trasladan al área de Pediatría, sigue sin mejorar.
La mañana del sábado 12 de agosto Octavio pregunta a Rubí si hubo alguna mejoría en el estado de salud del niño, pero todo sigue igual. Él insiste en que el niño requiere de oxígeno, pero los médicos rechazan que sea necesario.
Más que urgente
Fue hasta que entraron las doctoras en turno, y tras ser revisado por una ginecóloga, pregunta cuánto tiempo tiene el niño en ese estado.
—El niño está muy grave, está inconsciente, y lo tienen que sacar rápidamente de aquí. Está en shock, está muy mal, —asegura tras revisar los latidos de su corazón.
De inmediato, realizan un documento para solicitar un traslado en ambulancia al IMSS de Parral (Chihuahua), a donde se hacen dos horas de camino. En el trayecto, ni Octavio ni Rubí son acompañados por personal de enfermería y aunque sí le colocan oxígeno a Edriel, ya tenía tiempo inconsciente y muy grave.
Al llegar al IMSS de Parral, el médico que recibió al niño requería de un parte médico que indicara cuáles medicamentos le habían suministrado, un posible diagnóstico y cualquier información de su estado de salud. Pero en el hospital General de Santa María del Oro, jamás lo entregaron a sus familiares.
—¿Qué tiene el niño?, —cuestionó el médico.
—El niño está inconsciente y no reacciona, —respondió Rubí.
De inmediato lo subieron a una camilla, cerraron las cortinas y lo intubaron. Los médicos que lo atendían resolvieron mediante algunos estudios que el niño presentaba anemia y neumonía, pero que estas no eran las causas de su estado de salud, por lo que buscaban realizarle una tomografía cerebral y otros estudios médicos el lunes 14 de agosto, para conocer su diagnóstico.
La mañana del domingo a Edriel le retiraron la intubación y le pusieron un catéter para hacerle una transfusión sanguínea.
“Todo aparentemente iba bien, pero yo me seguía preguntando por qué el niño no despertaba. Llegué a pensar que el niño estaba sedado por haber estado intubado, hasta que una enfermera me dijo que al niño ya se le había pasado el efecto del medicamento para ese procedimiento”.
Rubí intentó despertar a su hijo, pero el niño solo se quejaba. En ese momento también se percata de que de su boquita salían algunas flemas oscuras y pide apoyo a la enfermera para quitárselas.
“No se me va a olvidar que lo que le salía no eran flemas, era algo negro, no era ni sangre porque la sangre es roja y en la manguerita yo veía que todo lo que le salía era de color negro”. La enfermera sale a buscar al médico, pero la angustia de Rubí no cesa, los signos vitales de Edriel empiezan a bajar y batalla para respirar nuevamente.
“Pronto llegó el médico con otros enfermeros y me sacaron. A lo lejos yo veía que lo intentaban reanimar, pero ya no se pudo hacer nada. Mi niño murió a las 11:30 de la noche”, cinco días después de haber cumplido seis años.
Rubí y su esposo Octavio tenían razón: Edriel necesitaba oxígeno desde el viernes que fue ingresado al hospital General de Santa María del Oro, donde le fue negado tantas veces por el médico Pedro Antonio M.
El certificado de defunción indica que la causa de muerte fue insuficiencia respiratoria grave y choque neurológico, secuelas de neuroinfección.
Como consecuencia de la negligencia médica de la que fue víctima el mediano de sus hijos, Octavio y Rubí exigen justicia. Porque la vida de su hijo se pudo haber salvado y los malos tratos de los médicos en el hospital General de Santa María del Oro, no realizaron su labor ni con empatía, ni mucho menos con el sentido de humanismo con el que se profesa la medicina.
Recientemente, la secretaria de los Servicios de Salud, Irasema Kondo Padilla, dijo a Notigram que ellos personalmente se habían puesto en contacto con los padres de Edriel para escucharlos y atender sus inquietudes.
¿Qué sigue?
Sin embargo, Octavio y Rubí desmientes esta versión:
“Todavía no se ponen en contacto con nosotros, los únicos que vinieron fueron los de la Comisión Estatal de Derechos Humanos”.
Al respecto, la visitaduría de la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) con sede en Santiago Papasquiaro se reunió con ellos para oficializar una queja por la negligencia médica.
Para esta familia, la queja no es suficiente y piensan en realizar una denuncia penal en contra del médico Pedro Antonio M., porque buscan que esta situación, como la que vivieron, no sea repetible.
“Nosotros nos sentimos dañados con un dolor muy profundo y no queremos que vuelva a pasar a otras familias, por culpa de un médico que no quiere hacer bien su trabajo, porque a él se le está pagando. Otra cosa, yo me he dado cuenta de que el médico se ha estado burlando de nosotros, particularmente de mí, porque le han dicho de esta situación y se suelta riendo. Esa es una de las cosas que a nosotros nos duele más porque nosotros queremos hacer justicia en contra de él para que esto no vuelva a pasar”.
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