Por: Karla Tinoco
Debajo de la presa Guadalupe Victoria yacen los vestigios de un pueblo que quedó sepultado hace más de 60 años, pero que, con la sequía, se asoman del otro lado del caudal para ser recordados entre quienes vivieron en este lugar.
Estas ruinas se encuentran del otro extremo de la presa y para observarlas se puede acceder en una embarcación desde la compuerta principal durante un kilómetro de distancia en línea recta. Otra vía, es recorriendo por casi tres kilómetros algunos senderos peligrosos que son utilizados por vaqueros para llevar a sus animales a pastorear.
Cruz Alfredo Morales, un fotógrafo de naturaleza, hace algunas semanas documentó las primeras imágenes de lo que antes fue el ejido El Durazno:
“No es el hecho de que yo las haya descubierto, fue Manuel Castro quien me envió unos videos, él es vaquero del poblado y eso despertó mi curiosidad por venir a tomarle fotografías, ya que los pobladores hemos tenido conocimiento de que era un poblado.
¿Cuál fue la primera impresión que tuviste?, —cuestiona Notigram.
“Si me sorprendí porque ver algo de nuestros antepasados y nuestra familia, fue muy emocionante al ver los restos de lo que era el antiguo poblado El Durazno, ahora ver que solo quedan los recuerdos”.
Jimmy Ávila, dedicado a la pesca turística y comercial, los fines de semana ofrece recorridos guiados en sus embarcaciones para que los turistas conozcan la otra parte de la historia de este lugar:
“De este lado está el poblado El Durazno, el mero Durazno. Se ven las casitas, donde se encuentran los corralitos. Nos vamos a bajar donde se encuentra el cementerio que se encuentra sumergido bajo el agua, para que vean los restos que se encuentran ahí, con la finalidad de que se den a conocer estas bonitas cosas que hay aquí”.
¿Qué es lo que podemos encontrar bajo el agua?
“Está el pueblo, se alcanzan a ver algunas casas antiguas donde vivían las personas”.
¿Cuál es la profundidad?
“Aproximadamente 15 metros donde estamos ahorita, porque la presa se encuentra en niveles muy bajos. Queremos que la gente viva la experiencia para que vean que no solo es una leyenda”.
Del otro lado de la presa, aguardan las historias no contadas de un lugar que fue paradisiaco hasta finales de 1950, cuando fue construida la presa Guadalupe Victoria. Las ruinas que se han logrado asomar son tres lápidas que conservan algunos epitafios casi intactos, refiere Cruz Alfredo Morales:
“Don Guadalupe Sánchez me estaba comentando que estamos en la parte alta y más nueva del panteón. Ahorita, por el nivel del agua, solo se alcanzan a ver estas tres lápidas, pero me comenta que cuando baja más el nivel del agua salen muchas más al fondo de la presa. Probablemente, éstas son de las personas que sepultaron de manera más reciente, que datan de 1930 o 1920.
‘El señor Pedro Ayala murió en agosto 26 aparentemente de 1933. Su hijo le dedica este recuerdo. EPD’.
‘Aquí yacen los restos de Narciso Ceceña, que falleció el 4 de agosto. Su hermana y su sobrino le dedican este humilde recuerdo’. De este lado también se encuentra la lápida de una niña, donde se menciona que tenía la edad de 10 años, pero debe ser interesante tener algún registro de cuál fue el motivo por el que ella falleció.
‘Rogamos a Dios por el descanso de María Manuela Hernández, que murió el 22 de septiembre de 1922 a la edad de 10 años. Su hermano le dedica este feliz recuerdo’.
Alicia Venegas, vivió en el antiguo ejido hasta los 15 años de edad. Ahora, que la sequía mantiene esta presa en un 31.83 por ciento de su capacidad, una de esas lápidas corresponde a uno de los miembros de su familia:
“Era mi bisabuelo Pedro Ayala, lo recordamos con mucho cariño, porque ellos allá se dedicaban al templo, a la iglesia y nos dejaron una herencia hermosa”.
¿Cómo era la vida en el ejido El Durazno antiguo?, —cuestiona Notigram.
No era un pueblo, era un paraíso. Teníamos aguas termales, de toda la fruta, hortalizas y estamos sanos porque nos alimentamos de las plantas al plato, y comíamos de todo.
María Espinosa también resguarda algunas memorias sobre su niñez en este lugar:
Ya van dos veces que se seca (la presa) y queda la corriente del río, y veníamos nosotros a ver el panteón, pero de mi familia yo no sé quién estuviera sepultado.
¿Tiene usted algunos recuerdos?
“Sí, porque veníamos con una tía política que nos llevaba a la iglesia chiquita, estaba techada con vigas y tenía tierra encima, y con el agua se cayó. Más adelante, había un lugar al que le decían “El Duraznito” y ahí había una hacienda chica”.
La presa también conocida como El Tunal inició sus operaciones en 1962, cuando finalmente les advirtieron a los pobladores, que tendrían que evacuar la zona para evitar accidentes, así lo recuerda Gregorio Rodríguez, quien vivió en este pueblo hasta que cumplió 18 años.
“Yo pienso que fue en el 60, cuando empezó a subir el agua, ya se habían empezado a construir las casitas y mucha gente, como vivía en jacales, se vinieron contentos porque iban a vivir en una casa. Y los que tenían sus casitas buenas, se ‘amacharon’ y a nosotros nos sacó el agua, hasta que se inundó”.
¿La presa fue el detonante para que la gente empezara a migrar?
“Sí, hicieron la cortina y cuando la terminaron, cerraron las válvulas, llovió y empezó a subir el agua y nosotros salimos como los ratones. Aquí la gente que la hizo, decía que le daban 30 años para que se llenara, y en un año llovedor, alcanzó a brincar por arriba del río y toda la gente aquí vivía, no tenían ni corral”.
¿Se llegó a inundar todo?
Todo El Durazno viejo se inundó.
¿Cuál es la nostalgia que le provoca ver estos recuerdos del cementerio?
“Si viviera en el rancho viejo allá se sembraba avena, trigo, maíz y todo se dada y servía para pastura, y aquí nos echaron a esta ladera, donde no tenemos nada, no se puede sembrar nada, es pura piedra. Quién sabe por qué nos aventarían, habiendo otros lugares más planos”.
Ahora, solo los recuerdos de quienes alguna vez atestiguaron el viejo ejido El Durazno, saben el tesoro que resguarda esta presa en su profundidad.