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Reportaje: La familia que no conocía la Navidad

23/12/2024 - Hace 4 semanas en Durango Estado

Reportaje: La familia que no conocía la Navidad

Local | 23/12/2024 - Hace 4 semanas

Por: Karla Tinoco

Las posadas son fiestas populares que inician 9 días antes de la Navidad, del 16 al 24 de diciembre, y hacen referencia a los nueve meses de gestación previos al nacimiento de Jesús. En México este tipo de celebraciones religiosas se acompañan de rezos, villancicos, luces, piñatas, ponche, tamales, buñuelos y a los niños se les entregan aguinaldos como una ofrenda en honor al Niño Jesús.

Estas festividades en la religión católica recuerdan el peregrinaje de María y José, desde la salida de Nazaret hasta Belén, cuando buscaron un lugar para alojarse y esperar el nacimiento del Niño Jesús. Un mes antes de la llegada de la Nochebuena es común que las familias se reúnan para colocar y adornar el árbol de Navidad, el cual representa la vida y la estrella en la cima, la estrella de Belén que los Reyes Magos siguieron para dar con el paradero de Jesús.

Aunque pareciera que la Navidad representa una fiesta mundial, en diversos lugares, incluso de México, esta festividad no es conocida. Este es el caso de la familia Cabada Aguilar, quienes son originarios de la comunidad Zorrillas, pertenecientes a Pueblo Nuevo, conocieron este tipo de tradiciones católicas cuando se asentaron en la ciudad.

“Nosotros nunca la celebramos, ya el tiempo que tenemos aquí, y el tiempo que teníamos en la sierra, nosotros no sabíamos que existían las Navidades. (Para nosotros) es un día normal, como cualquier otro día. Nosotros ya tenemos aquí como 8 o 9 años, pero somos de la sierra y allá nunca sabíamos hasta que llegamos aquí y vemos que aquí la gente celebra su Navidad”, reconoce Refugia Cabada Aguilar.

La llegada de esta numerosa familia a Durango no fue una casualidad, sino la emergencia de salvaguardar su vida, cuando fueron desplazados por la violencia:

“Nosotros nos venimos por la violencia, ya tenemos tiempo que vivimos aquí, pero vemos que muchos celebran y nosotros no. Y pues no tenemos para celebrar eso también, así nomás, estamos aquí. Ya ve que aquí hay muchos de esos que andan ahorita, y pues balacearon a mi papá y nos venimos. Por eso, ya no regresamos, por el miedo”.

En aquella ocasión Refugia y su familia salieron de su casa con lo poco que tenían, dejando en el abandono sus propiedades, animales y fuentes de empleo.

“Estuvo muy feo, ya nunca regresamos para allá, todo lo que teníamos quedó así nos venimos. Queríamos regresar, pero por el miedo, las cosas y los animales, todo se quedó allá. (Dejamos) vacas, caballos, la ropa, los trastes. Así nomás salimos con un cambio y con lo que teníamos puesto”.

Al día siguiente de que Refugia, su padre y los médicos que lo atendían aún herido, el resto de la familia salió en dirección a Durango buscando refugiarse de la violencia:

“Al otro día mi mamá se vino con mis hermanos, mis abuelos, tíos y todo. Fue cuando empezamos a ver que la gente celebra, pero nosotros no conocíamos de eso”.

Los últimos años para la familia Cabada Aguilar no han sido sencillos, pues a su llegada enfrentaron un choque cultural por costumbres, tradiciones e idiosincrasia. A esto se sumó el miedo de ser atacados de forma violenta por agresores desconocidos y, por si fuera poco, enfrentaron el dolor al desprenderse de sus bienes.

El Observatorio de Desplazamiento Interno estima que en México más de 107 mil niños, niñas y adolescentes han sido víctimas de este tipo de migración forzada; aunque la cifra podría ser mayor, considerando que existen episodios que no se identifican, como en el caso de la familia Cabada Aguilar:

“Somos como cuatro familias, pero son muchos los niños que se vinieron. Mis hermanos, somos 10 en total y mis tíos también tienen de 6 a 7 hijos cada uno. Todos se vinieron caminando y después agarraron raite en un rancho que se llama La Ventana se viene uno así, y sí estaba muy difícil para venirse con los niños”.

A nueve años de salir de Zorrillas los integrantes de esta familia han buscado integrarse al mercado laboral de la ciudad, cambiaron las milpas por las maquilas y el arado por los trabajos de línea:

“Mucha gente trabajaba, pero como muchos tienen ganado, con eso se mantienen, muchos se mantienen de la cosecha de las milpas y siembran frijol. Otros tienen su ganado y con eso compran sus cosas. (Ahora) mis hermanos sí trabajan, yo también estuve un tiempo trabajando, pero ya me junté y ya tengo tres años que me salí del trabajo. Sí, fue muy difícil porque mis hermanos trabajan en la fábrica y a veces no hay trabajo o paran porque no hay pedido. Sí es difícil”.

Aunque Refugia se regocija al pensar que alguna vez podría regresar a su pueblo, también sabe que esa posibilidad es casi imposible. Por eso, ella y su familia desde hace vario tiempo se asentaron en un terreno que poco a poco han ido pagando y en el que construyeron una casa de madera, remachada con pedazos de hule, en una colonia de la periferia, donde poco o nada puedan ser visibilizados.

En el país, cerca del 10 por ciento de la población total de las familias desplazadas corresponden a pueblos y comunidades indígenas, los estados con mayor número de desplazados internos indígenas son:  Chiapas, Chihuahua, Guerrero y Oaxaca.

En estas fechas de fiestas, regalos, abrazos, Refugia y su familia no pueden escapar de los festejos de la Navidad; pues, aunque los niños no preguntan, sí observan la efervescencia en las calles y en las escuelas:

“Ellos se van acostumbrando y no preguntan, y cuando unas personas vienen a dar juguetes, pero ellos nada más se contentan y agarran el juguete, pero para toda mi familia es como cualquier otro día”.

 

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