Nota Roja

El maquillista de la muerte

04/11/2024 - Hace 3 semanas en Durango Estado

El maquillista de la muerte

Nota Roja | 04/11/2024 - Hace 3 semanas
El maquillista de la muerte

Hace casi 25 años que César Arturo Garrido Rosales comenzó a desarrollarse en un trabajo poco usual que lo ha llevado a replantearse en varias ocasiones de su vida, ¿qué es la muerte y si está preparado para irse con ella? Lo único que sabe es que cada vez que convive con ella, valora más la vida.

“Es una pregunta muy fuerte, porque no le temo a la muerte. Yo lo que temo o lo que no comprendo es la forma en que voy a morir, por todos los casos que me ha tocado ver. Esa es mi pregunta: ¿Cómo voy a morir?”

Para realizar el trabajo que desempeña don Arturo en esta casa funeraria se necesita más que valentía, pues no basta con embalsamar los cadáveres que llegan diariamente a su laboratorio, se requiere de entablar una comunicación con los muertos.

“Yo tuve unas experiencias muy fuertes desde que empecé a embalsamar. No encontraba paz, me sentía muy apachurrado, y sentía un peso muy enorme, y ahí empecé a catalogar las diferentes muertes. Me tocaron señores con un rictus de muerte muy doloroso, increíble y yo les empezaba a platicar.

—¿Cómo si estuvieran con vida?

Yo les decía: “¡mira mijo, ve tu cara! Ayúdame, te voy a arreglar. Tu mamá, tu esposa, tus hijos te van a ver así y no te va a gustar la reacción que ellos tengan. ¡Ayúdame, vamos a ponerte bien guapo, como eras! Vacilando, así les hablaba a ellos.

Había compañeros que decían que a mí ya me fallaba (dice señalando su cabeza) y ya después todos mis alumnos y todos los que pasaron por aquí, hacían lo mismo.

—¿Es una forma de convivencia?

Definitivamente, porque cuando se hace un trabajo por hacer un trabajo nada más, el cien por ciento de la satisfacción nunca la va a encontrar o nunca la va a alcanzar.

—¿De dónde sacaba valor para hablarle a un cadáver?

Como dice un dicho, “nunca hagas lo que no quieras que te hagan”, si el día que yo muera quiero estar bien, entonces tengo que poner todo de mi parte para que esa persona o ese cadáver con rictus tétrico, y al final cuando ya lo ponemos en el ataúd, cuando está bañado, cambiado, es otra persona completamente. Y lo hemos (constatado) porque a mí me hubiera gustado desde un principio como nos llegaban esos y cuerpos y cómo quedan al ponerlo en la capilla y ponerlo en la funeraria. Quedan completamente diferentes.

Tuvimos algunos comentarios en los que decían que “parece que está dormido”.

—¿Cómo lo lograba?

Hablándoles. Pero es la realidad, y lo hemos demostrado a varios compañeros funerarios, que ellos nos traían a embalsamar cuerpos aquí cuando ellos no tenían sus laboratorios y se los demostrábamos, porque nos decían: “a ver qué puede hacer por este señor que tiene la boca completamente abierta”, pero cuando uno ya estaba con ellos y pidiéndoles ayuda y sobre todo, pidiéndoles disculpas de lo que les vamos a hacer porque ellos no saben.

Antes de entablar esta comunicación con los muertos, y rodeado de todo su escepticismo, don Arturo también enfrentó reconocer que después de la muerte también hay otra vida:

“Hace muchos años yo le pedí a mi hijo que me diera un descanso para irme de vacaciones. Hay una tercera persona a quien yo agradezco infinitamente, me hizo ver las cosas, porque yo me sentía muy apretado, apachurrado, cansado.

En una reunión familiar en Guadalajara, conocí a esa persona. A mí me impresionó mucho porque me estuvo siguiendo durante toda la reunión, por dos horas. Me iba a un lado, y me seguía la señora, me cambiaba a otro, y me seguía, hasta que yo me despedí porque me sentía incómodo por la presencia de la señora y el anfitrión me la presentó y me dijo: desde que entró a esta casa yo vi algo inusual en usted, porque yo veo el aura de las personas y la suya completamente opaca y oscura. Trae algo que no lo deja sentirse bien, no lo deja descansar”

La mujer preguntó a don Arturo a qué se dedicaba, y él respondió que era embalsamador en una funeraria familiar en Durango.

“Me dijo: lo que pasa es que tú haces tu trabajo mecánico. Llegas, inyectas tu producto, lavas, bañas, cambias, y no”. Ella fue quien me enseñó a pedirles disculpas para que ellos sepan lo que les vas a hacer.

Cuando llegues a tu negocio, enciérrate en tu laboratorio donde hiciste todas las embalsamaciones y pídeles disculpas a todos los que traes atrás de ti, porque traes un ejército que te están preguntando ¿qué hiciste?”.

Don Arturo no creyó lo que la mujer le decía; sin embargo, a su regreso a Durango hizo lo que previamente le dijeron:

“Me encerré en el laboratorio durante 15-20 minutos y pedí disculpas a todos… yo les hice esto con el consentimiento de sus familiares, porque ellos querían tenerlos dos o tres días más. Cuando termino, abrí la puerta y me sentí completamente otra persona. Desde ahí, hasta ahorita, no he tenido ningún problema”.

El último suspiro, sí existe.

Uno de los grandes mitos cuando fallece una persona es aquel último suspiro que puede hacernos creer que forma parte del trance hacia la muerte. Y sí, sí lo existe:

“Es una cosa cien por ciento natural, es una situación biológica y normal, porque cuando el cuerpo queda inerte comienza el proceso de descomposición y lo primero que expulsa son gases, ya sea que eructan o roncan, pero es completamente normal. Cuando pensamos que se quieren enderezar, es porque los gases producen ese movimiento de que todo el cuerpo se mueva”

Una experiencia incontrolable

Una de las experiencias más extrañas que le ha tocado vivir a don Arturo, fue la siguiente:

“Estábamos con un señor obeso que nos mandaron de Semefo, yo lo estaba descosiendo y noté que su vejiga estaba llena. Unos momentos antes había salido de discusión con uno de los empleados y cuando regresó a pedirme disculpas, yo tenía el bisturí para drenar el cuerpo, y en lugar de que la orina saliera hacia un punto, salió disparada hacia la cara del muchacho.

Él se movió, pero lo seguí hasta que se vació la vejiga, pero fue una cosa incontrolable, no podía controlar. No era posible que hubiera salido de esa forma, porque no lo estaba oprimiendo, porque estoy hablando que había entre 1 y 1.5 metros de distancia”.

A pesar de trabajar con tantos cadáveres al día, una de las reglas que tiene este hombre es no trabajar con niños, ni familiares:

“A mí se me murió un bebé de un mes, y cuando veo uno en la plancha, y siento que veo a mi hijo”.

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