Por: Socorro Soto Alanís

“Yo no soy un hombre triste

Quiero

ver

mi muerte.

Es todo.”

Seguro que el poeta alcanzó a ver su muerte, las llamas luminosas que lo consumieron todo. La poesía nos obsequió un primer encuentro hace montones de años. Concursos de declamación y oratoria llenaban las pasillos y aulas magnas de tecnológicos y universidades del país. Con León Felipe gané todos los concursos posibles y Luis Ángel era parte del jurado. Admirador del gran poeta español, la poesía tejió su magia.  A partir de entonces nos unieron proyectos, fiestas, diálogos alrededor de mesas de café o de cantina, propuestas culturales y políticas, revistas, complementos culturales y ese invento humano de los más hermosos que nos une fuerte, la amistad.

“Las ciudades”, de otro poeta mayor, José Alfredo Jiménez, la cantaba con un estilo inmejorable, y vaya que recorrió ciudades del mundo, las de sus ancestros: España y vagabundo, las del mundo entero. Muchos encuentros en la Ciudad de México, en donde fue director del suplemento cultural de El Sol de México; solidario, rasgo que siempre ejerció, publicó obra de escritores de Durango.

Elocuente al hablar, en las reuniones ya sabíamos que no soltaba el micrófono, seductor con la palabra, sus conversaciones siempre eran interesantes. Fue maestro en el CCH de la UJED y estudió actuación y leyes.

Tengo en mi biblioteca personal lo más destacado de su obra creativa: “Nosotros sí sabemos quiénes somos”, premio Nacional de Literatura de la UJED 1976; “Yo también maté a Franco”, finalista del Premio Nadal de Novela de Barcelona 1977; “Ni contigo, ni sin ti”, Premio de Testimonio del INBA 1988 y “Las cartas imposibles”, finalista en el Premio de Poesía de Campeche 1992; escribió por muchos años en las páginas editoriales de El Sol de Durango, coincidíamos con mi columna Palabra de Mujer.

Fue director del Instituto Municipal de Arte y Cultura de la capital y del Instituto de Cultura del Estado ICED, hacedor de proyectos, conversador irremediable, enamorado y seductor, constructor de amistades, inventor de fantasías e historias, amante del cine, la literatura y la música; vagabundo irremediable, vivió en New York, Barcelona, Madrid, la Ciudad de México y en su querido Durango. Personaje fascinante de estas tierras durangueñas que lo vieron nacer en 1946. Sus padres españoles en el exilio atendían unos baños públicos por el barrio de Analco.

El fuego iluminó la tarde otoñal de la colonia Obrera, las llamas consumieron todo, una chispa de luz irrumpió los cielos de azul Durango. Chela Guerrero y yo acudimos a despedirlo, a hacerle guardia de honor. Estas letras son para sus hijos: Asminda y Marcelo, para la memoria, contra el olvido, para recordarlo, jovial, travieso, elocuente.

“Te saludo gitano del panteón de oriente.

Muerto antes de tiempo

como todos los muertos”.

@cocosotoalanis