El mundo de los irrelevantes o de la irrelevancia
02/02/2025 - Hace 3 horas en Durango EstadoEl mundo de los irrelevantes o de la irrelevancia
Por: Gilberto Jiménez Carrillo
Puede que para nuestro cerebro seamos el epicentro del mundo, pero en realidad la propia existencia es solo una más entre tantas historias. Nuestra memoria es, sencillamente, nuestra versión de los hechos y eso añade perspectiva a la hora de plantearse la propia relevancia. Cuando algo no tiene relevancia, se lo califica como irrelevante. La idea de relevancia, a su vez, alude a la importancia o la trascendencia. Lo que carece de interés preeminencia o jerarquía es irrelevante. Ese modo de funcionar el cerebro, sin embargo, ha dotado al ser humano de una percepción errónea sobre su centralidad dentro del espacio tiempo. Consideramos que, por ser protagonistas de nuestra historia, somos centrales en el universo. Por eso nos sentimos tan importantes. Pero esto dista mucho de ser cierto. Es más, para la amplia mayoría de personas que pueblan la tierra somos irrelevantes. «¡Cuántos hombres ignoran hasta tu nombre!», dejó escrito Marco Aurelio. De manera aproximada, hay ocho mil millones de personas que no saben si quiera que existimos. Y por tanto nuestra vida, esa catedral gótica de memorias que hemos edificado sobre el altar de nuestro yo, no existe para ellos. No es que no sea relevante, es que es inexistente. La prueba máxima de la irrelevancia del ser se demuestra de manera evidente al considerar el breve tiempo que cada vida debuta en este mundo. Comparada con la gran historia del ser humano, la existencia de un individuo en particular es apenas un suspiro que transcurre a toda velocidad.
Pero mientras eso sucede, a algunos les basta con ser un referente en su familia, en su grupo de amigos o compañeros de trabajo. otros, sin embargo, aspiran a un protagonismo que trasciende su círculo cercano, la fama. Quien no es considerado por los demás no existe. Joaquín Sabina en su excelsa “19 días y 500 noches” canta: “No le voy a pedir perdón; para qué si me va a perdonar porque ya no le importa”. De todas las irrelevancias, quizás la más amarga es la que leemos con desgraciada frecuencia en los periódicos. Hace poco ocurrió lo que sucede con frecuencia, resulta una anciana localizada muerta en su domicilio después de varios días de haber fallecido. No es nada nuevo que alguien desaparezca y su ausencia no genere ninguna alarma. Para los que les gusta filosofar solo mueren aquellos que amamos, que los demás simplemente desaparecen. Diluirse y que nadie lo advierta es irrelevancia absoluta. Debe ser terrible sentirse irrelevante. Un ser irrelevante es un ser con el que no se cuenta, aunque se le consienta vivir. Lo que dice no encuentra eco ni nada se le pregunta. Quizá no se le tape la boca, pero los demás se tapan los oídos. Para vivir necesitamos sentirnos dignos de nuestra existencia. Por eso necesitamos valorarnos y que los demás nos valoren. Dice el refrán: “No hay mayor desprecio que el no hacer aprecio”. Por eso, desde la infancia buscamos ser reconocidos. Los irrelevantes son personas que de verdad corren el riesgo ya no de ser excluidos, sino algo mucho peor, de ser condenados a la irrelevancia. En el mundo de la política la relevancia o irrelevancia está presente todos los días. Hace unos meses tuve la oportunidad de conversar con un amigo que ha tenido varios cargos en el sector público y que ha participado activamente en la política electoral. Este amigo experimentó por mucho tiempo lo que significa hacer política y las emociones que giran en torno a esta actividad. Dentro de la conversación, evidenciamos que el mayor miedo que él tenía era a volverse irrelevante. Según lo mencionó, el volverse irrelevante era la peor consecuencia para un político y explicaba que esa sensación de no ser visible ante la opinión pública era el comienzo del fin. Ya para concluir, no permitamos que las personas de bien se vuelvan irrelevantes ante el acoso de las personas de mal. No permitamos que la indiferencia y la apatía nos vuelvan irrelevantes.
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