Por: Ernesto Llanos

Todos tenemos a algún ser querido que ya no se encuentra entre nosotros. Para los mexicanos, noviembre representa una de las fechas más emblemáticas de nuestra cultura: se conmemora el Día de Muertos, una oportunidad en la que cada familia se prepara para recordar y recibir las almas de los seres queridos con un gran altar en donde se colocan fotografías, alimentos y bebidas que solían disfrutar cuando se encontraban vivos.

El Día de Muertos es una festividad de origen prehispánico fuertemente ligada a las expresiones de nuestros pueblos originarios. Sus raíces se remontan miles de años, mucho antes de la llegada de los españoles y se ha convertido en una mezcla de tradición católica y misticismo mexicano, conmemorando la muerte como una forma de recordar y honrar a nuestros fallecidos.

Esta tradición reúne la festividad del color, el rico sabor de la gastronomía mexicana como los antojitos, el mole, el pan de muerto, el atole que luce en los altares para que los difuntos puedan degustarlos de acuerdo a las creencias religiosas de nuestro país, cuando vienen a visitarnos cada 1 y 2 de noviembre. Además de la vistosa flor de cempasúchil.

El Día de Muertos es una conmemoración que ha dado la vuelta al mundo y se ha instaurado en el gusto de los habitantes de diversos países, pero es incomparable el toque mexicano.

En los puestos de los mercados se encuentran calaveras de azúcar y papel picado, resultando además un atractivo turístico en los pueblos y ciudades donde se puede ver a la gente en una mayor convivencia.

Sin duda, rememorar las vivencias que compartimos con quienes ya no están es una forma de mantenerlos vivos. Los mexicanos en nuestra vasta tradición vivimos estos días con nostalgia porque ya no están, pero también con alegría por todas las anécdotas, consejos, conversaciones y momentos emotivos que pasamos junto a ellos.

Por otra parte, sigue la alegoría en este mes de tradiciones con los festejos de la Revolución mexicana. Como sabemos, las tres grandes transformaciones registradas en la historia patria, la Independencia, la Reforma y la Revolución, lograron avances esenciales muy importantes, pero la Revolución de 1910 es la transformación más popular y profunda que se haya registrado en nuestro país.

La justicia social no existía; tampoco la mayoría de la población participaba en política.

De la permanencia de Porfirio Díaz en el poder durante 30 años nace esta lucha social, donde emergió la figura de Francisco I. Madero, quien exigía elecciones democráticas justas y abanderaba la no reelección. En octubre de 1910 hace un llamamiento a través del Plan de San Luis Potosí, desde Texas, en donde convoca al pueblo a tomar las armas para derrocar a la dictadura.

Estos acontecimientos causaron gran impacto en la opinión pública y la revolución maderista cundió por todo el país; había grupos rebeldes por todas partes. Se levantaron en armas los campesinos de Morelos, encabezados por Emiliano Zapata.

Surgieron dirigentes como el general Villa, la historia nos heredó revolucionarios como los hermanos Flores Magón, el general Felipe Ángeles, Francisco J. Múgica, Venustiano Carranza y Lázaro Cárdenas

Es indudable que la lucha del pueblo por su emancipación, acompañada de las sinceras convicciones de sus dirigentes, dio lugar a conquistas sociales importantes que marcaron la diferencia entre el porfiriato y el periodo posrevolucionario. Por el sacrificio de los mexicanos que participaron en esa lucha social se creó un nuevo orden social con mayor movilidad y justicia.

Gracias a ese movimiento popular, en la Constitución de 1917 se reconocieron las principales demandas de nuestro pueblo: el derecho de los campesinos a la tierra, el salario mínimo, la jornada de ocho horas, la organización sindical, la seguridad social, el derecho a la educación.

Y a pesar de fuertes presiones de las compañías y gobiernos extranjeros, se logró recuperar el dominio de la nación sobre las riquezas naturales; en particular, se logró rescatar el petróleo.

Lo que nos invita a reafirmar nuestro compromiso de aquella frase del presidente Juárez: “Con el pueblo todo, sin el pueblo nada”.

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