Una nueva industria… Muertos, S.A.
Por: Gilberto Jiménez Carrillo
Cuando a los anatomistas de Estados Unidos no les bastaban los cadáveres de criminales ejecutados para la investigación, los robaban. O más bien pagaban a alguien para que los robara: a los conocidos como «hombres de resurrección». Eso pasó a lo largo de los siglos XVIII y XIX, y aunque ahora ya no es así, los estudiantes e investigadores siguen necesitando cadáveres. El principal suministro de la actualidad son las donaciones de quienes desean que sus cuerpos contribuyan a la ciencia. De acuerdo con los precios que en el mercado tienen el carbono y el hidrogeno, elementos orgánicos fundamentales para la vida, un cadáver tiene su costo. Pero si el enfermo está más o menos sano, sus órganos son más caros. Esto es lógico, pues de un hombre muerto no se puede saber la calidad vital que hasta su final lo acompañó. El diagnóstico para establecer si el estado general de su organismo es satisfactorio, porque es obvio que de algo en particular está gravemente enfermo bajo el supuesto que va a morir, tiene que hacerse antes.
Además, no pueden tener el mismo precio unos ojos con cataratas que otros límpidos, ni una nariz con el tabique desviado o con catarro y menos todavía una sangre abundante en glóbulos rojos que otra trasparente y anémica. La proposición de compra se formula legalmente a la esposa, esposo o a los hijos o a los parientes más cercanos cuando el futuro fiambre carece de aquellos, aunque en ocasiones sea el mismo enfermo quien se venda para prevenir en favor de los suyos una última economía.
Emitido el dictamen sobre la utilidad de las partes que se adquieren, se formula el contrato de compraventa. Por las corneas 10 mil dólares cada una, riñón 15 mil dólares, cinco mil dólares por la sangre, en este caso la empresa corre el riesgo de no extraerla completa cuando al detenerse el corazón se solidifica demasiado pronto en el fondo de las venas y arterias. También se paga por algunos tejidos y pedazos de piel que son utilizados en injertos quirúrgicos producidos por quemaduras. Se vende la tibia, el peroné, las orejas y no se diga el corazón, es el de mayor precio. Como pilón, las parientes del muerto ceden el cabello y algunos pedazos de intestino. Cabe mencionar que en esta industria no existe ningún escrúpulo moral. En clausula opcional, se cotizan las dentaduras auténticas que varían su precio de acuerdo con el número de coronas y puentes removibles, aunque las dentaduras postizas alcanzan mayor valor, ya que basta a la empresa cambiarlas de boca para obtener ganancias. Material inútil son el cerebro, los pulmones, el hígado y el páncreas, discriminación que conforta a los dolientes porque aparte de las ganancias póstumas, dispondrán de algunos trozos del cadáver para así cumplir con los tradicionales ritos funerarios, como son un velorio y sepelio.
Las empresas que se dedican a este negocio no se esconden, pues el negocio no es tan ilegal como parece. Iniciaron comprando a estudiantes y vagos las dosis de sangre fresca que se requería en los hospitales, pero los adelantos de la ciencia, como los injertos y trasplante de órganos vitales y rehabilitación de vísceras, les abrió el camino de la prosperidad. En frascos, bandejas, en cultivos sanguíneos y aun envueltos en papel celofán, esperan revivir en otras cuencas, en diferentes cavernas abdominales o debajo de pile extrañas, los ojos, los intestinos o los huesos de quienes se perpetúan una y otra vez en organismos ajenos.
Lo que el lector está leyendo no es ninguna vacilada o broma, este tipo de empresas existen y tienen un gran éxito entre las familias que están a punto de vestirse de negro. Empresas privadas de investigación médica, firmas que fabrican aparatos médicos y centros de formación quirúrgica necesitan órganos y tejido humano. Esta demanda ha hecho surgir una nueva industria en EE. UU, la de la adquisición y venta de cadáveres o partes del cuerpo. Y aunque a pesar de tratarse de un negocio raro, estas compañías son legales. Por ejemplo, en Phoenix, Arizona se encuentra el negocio Research for life. Tras recoger el cuerpo donado de su hogar o el lugar donde murió, lo ponen en un refrigerador o nevera. Luego se le hace una serie de análisis de sangre (HIV, hepatitis, tuberculosis) y una evaluación física para ver sus condiciones y qué partes se pueden vender. Los precios de las partes del cuerpo varían mucho. Las partes del cadáver que no se venden son cremadas y las cenizas son entregadas a la familia del difunto. Muchas familias optan por donar el cuerpo para evitar los costos de cremación, que pueden alcanzar los tres mil dólares. La empresa Southern Nevada Donor Services, ubicada en Las Vegas, ofrece a las familias afligidas una forma de eliminar los elevados gastos funerarios que consiste en incineración gratuita a cambio de donar los órganos del cuerpo de los seres queridos para estudios médicos avanzados., cuando en realidad contribuyen involuntariamente con la materia prima de un amplio mercado nacional que ya está regulado. Muertos, S.A., una nueva industria en los Estados Unidos.
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