Por: Pedro Núñez López.

Sin duda alguna es el origen de la fundación de la ciudad de Durango

Hace más de cuatro siglos, los españoles tuvieron noticias de que, a la orilla de un gran valle, en las últimas estribaciones de la Sierra Madre Occidental, se levantaba, aislada y sin vegetación, una montaña de color negruzco formada en su totalidad de rico mineral de plata. En 1552, los españoles en su afán de hacerse ricos, emprendieron un largo viaje lleno de peligros: atravesaron montañas, bosques y llanuras, azotados por fríos vientos o caldeados por los rayos de un sol inclemente, sufriendo privaciones enormes y luchando constantemente con grandes partidas de indios que a cada paso los atacaban con bríos salvajes, llegaron al fin hasta el nacimiento del valle, y allí, aislada, coronada de negros picachos y desprovista la vegetación, contemplaron la montaña que soñaron encontrar ostentando su ropaje de argentadas galas que los harían ricos, inmensamente ricos; pero cuando llegaron hasta ella, cuando con ansia febril cogieron en sus manos las pesadas piedras, la realidad esfumó sus sueños de riqueza: ¡la montaña era de hierro!.

Desalentados, llevando en su alma una enorme desilusión, los españoles se alejaron; su ansia de riqueza los arrojaba hacia otros rumbos, hacia otras tierras que, menos hospitalarias que la nuestra, les brindaron la muerte, lejos de los suyos, abandonados y pobres.

Hoy, la montaña de hierro descubierta por el Capitán español Don Ginés Vázquez de Mercado, se denomina «Cerro de Mercado», en memoria del jefe atrevido que condujera hasta estas regiones a aquel grupo de aventureros.

Once años más tarde, el 8 de julio de 1563, a dos kilómetros hacia el sur del Cerro de Mercado, el Capitán Español Don Francisco Ibarra fundó la ciudad de Guadiana, hoy Ciudad de Durango y capital de nuestro Estado, de entonces acá han transcurrido más de cuatro siglos.

Hasta donde se sabe, el óxido de hierro fue usado por la gente prehispánica como colorante colorado, de manera tal que las espadas, dagas, armaduras, cuchillos, arcabuces y cañones de hierro marcaron la gran diferencia tecnológica del armamento de los europeos, al luchar contra los bravos nativos y al lograr alianzas ventajosas con y contra ellos. Sin embargo, ya en la época colonial, aunque había una gran necesidad del duro metal, no es sino hasta finales del siglo XVIII cuando se inicia la fundición de hierro en la Nueva España, toda vez que la Corona Española vetó la producción de acero, como medida de protección a los productos de las fundiciones vizcaínas, asegurando el mercado de las herramientas, aperos y armas peninsulares, entre los colonos y colonizados.

Aun así, entre los novohispanos se destacó el gremio de los herreros y los forjadores de otros metales, la situación del controlado acero colonial propició absurdos como el de la producción de herraduras de plata, entre otros enseres, que regularmente debían manufacturarse de hierro.

La ciudad de Durango ha visto pasar muchas generaciones, en suelo han nacido hombres de claro talento, de acción constructiva y gran imaginación, que han brillado en los campos de las ciencias, las artes y de la guerra, y otros que, aunque ignorados e ignorantes, han contribuido con el esfuerzo de su trabajo y con su ejemplo, al progreso de nuestra ciudad, que hoy podemos considerarla como una de las más bellas e importantes capitales de los Estados de la República.

Fuente: La Montaña de las Ilusiones Antonio Avitia Hernández. P.7, 15. Imagen en Daguerrotipo hecha tarjeta tomada a fines del siglo XIX obtenida del Grupo de Durango Antiguo del Facebook.)