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Un día en la historia de Durango… El monumento a Guadalupe Victoria

26/07/2020 - Hace 4 años en Durango

Un día en la historia de Durango… El monumento a Guadalupe Victoria

Cultura | 26/07/2020 - Hace 4 años
Un día en la historia de Durango… El monumento a Guadalupe Victoria

Un día en la historia de DurangoPor: Pedro Núñez López

El 10 de octubre de 1954 se decidió dar solemne inauguración al monumento que se ubica en el boulevard Felipe Pescador esquina con la avenida Cuauhtémoc.

En su discurso preparado por el Historiador Atanacio G. Sarabia para dicho evento menciona la importancia y agradece la atención que tiene el gobernador en turno Enrique Torres Sánchez para presentarlo en la inauguración del mismo.

Cabe señalar que Durango es la ciudad natal de Atanacio G. Sarabia por lo que es un honor que dicho personaje presente el discurso inaugural. A continuación, presento la primera parte del resumen del discurso elaborado por Atanacio Para el evento mencionado y es como sigue;

Verdaderamente me emociona encontrarme entre vosotros en esta noble ciudad, centro de todos mis afectos, y, para mí, la representación más pura de mi patria, pues que aquí encuentro horizontes familiares, los paisajes amigos, los recuerdos de mi niñez, el imborrable recuerdo de mi padre que aquí descansa al lado de mis abuelos; en donde formé un hogar que vio nacer a mis primeros hijos y en donde comencé mi educación y también mi vida de trabajo. Resume , pues Durango, todos mis amores;  es la ciudad mía, la ciudad inolvidable que guardo siempre en mi prenda amada en lo mejor de mi corazón agradecido.

Y profunda es también mi gratitud para mi buen amigo, Enrique Torres Sánchez, gobernador de nuestro estado, quien bondadosamente me ha pedido que venga aquí, a mi ciudad natal, a celebrar con vosotros la inauguración de este monumento para memoria y en honor de aquel gran Durangueño que por su patriotismo y honradez mereció ser el primer presidente de la República Mexicana, honor que a todos los de este suelo nos alcanza y nos obliga, pues añade un timbre más a los muchos que ostenta nuestra historia, la que fueron bordando nuestros mayores  con días de luto, con días de gloria, con triunfos y reveses, pero siempre serena, siempre clara que es la historia , por siglos, de nuestra honrada y digna.

Más cuanto siento yo que la bondad del señor Gobernador me haya traído a ocupar esta tribuna en vez de un sitio donde  escuchar de voz ameritada e indudable, el mensaje de la voz durangueña que cantara, cual se debe, las gloria de nuestra patria y de nuestro Durango tan querido.

Más si este ha sido el destino en esta vez, perdonad mi insuficiencia y atended solo a mi sinceridad y a mi amor invariable, por nuestra hermosa tierra.

No voy a hacer la biografía de Miguel Félix Fernández que trocara por el de Guadalupe Victoria; esa labor la han hecho ya nuestros historiadores. Es mi propósito, tan solo, realzar algunos de sus actos que marcan claramente su carácter, y, para mejor comprenderlo, delinear, aunque sea someramente, el ambiente y el medio en el que le toco actuar.

Nacido en Tamazula o en sus alrededores, quedando huérfano desde muy tierna edad, habito en la villa de aquel nombre al amparo de su tío, el párroco del lugar, quien empezó su educación. El amor al estudio, el afán de saber, pronto sobrepasaron las posibilidades del maestro, quien ofreció trasladarlo a Durango para mejor provecho de sus esfuerzos. La promesa tardaba en realizarse y el discípulo decidió lograr su educación obrando por si mismo, desafiando el disgusto de su tutor y de sus familiares, al alcanzar los primeros años de su juventud, solo y a pie, desprovisto de elementos, más sin olvidar su texto de gramática latina, emprendió su camino de Tamazula a Durango para buscar mejor ilustración en nuestra capital.

Ya en la ciudad encontró que no era grande, pero de sobria y noble construcción, adornada con algunos edificios importantes y con hermoso templos, descollando entre todos nuestra grandiosa catedral, dos de aquellos edificios fueron de todo interés para nuestro viajero; primero el viejo convento de San Antonio que ocupaba la orden Franciscana, convento ya en la actualidad derruido pero que entonces en su portal exterior que veía a la plazuela, dio un albergue gratuito al pasajero, al muchacho que había llegado a Durango, el segundo, la hermosa construcción que levantaron los Jesuitas y que para entonces se había convertido en seminario, o sea, el grandioso edificio sede actual del instituto Juárez y en donde obtuvo acceso a los estudios por haberlo acogido el rector, dándole en el colegio humilde alojamiento y la oportunidad de seguir el curso que se llamaba de medianos y alcanzar poco después el de filosofía. El nuevo alumno, joven entonces de diecinueve años, tomo el estudio con sincero afán, que ayudado por su notable inteligencia, hizo lo adelantar, mientras que sufragaba sus gastos indispensables con la ayuda que hallaba entre sus compañeros y maestros a los que prestaba mil diferente y pequeños servicios con que había ganado sinceras simpatías.

Buena preparación obtuvo allí, que el colegio era bueno y afamado, los estudiantes durangueños de buena capacidad, lo que bien se demostró pocos años después cuando, aumentado y escogido personal docente, alcanzo aquel colegio a que se señalase su tiempo como la edad de oro de la educación durangueña.

La sociedad de Durango era tranquila, de rancias costumbres y ceremonioso trato, sus hombres muy amantes de su libertad individual, poco eran dados a empresas colectivas, pero cuidaban extremadamente de su propia dignidad y compostura; cuidadosos de sus actos con sentido muy amplio de su responsabilidad personal y, por tanto, cumplidos y escrupulosos en cuanto al público atañía; como el desempeño de puestos municipales o en cumplimiento de alguna comisión que se les confería.

Su situación económica, generalmente equilibrada al proceder de sus negocios o comercios o producto de fincas de campo, algo mas azarosa si procedía de las minas; muchos habitaban en casas propias; otros pagando renta muy moderada. Su religión invariablemente la católica y solo ella los agrupaba en diversas cofradías con cuyas obligaciones cumplían debidamente y con la mayor formalidad. Era pues Durango una ciudad pacifica, dada a la tradición; viviese en un ambiente de mesura y de muy poca inclinación a novedades.

Dentro de aquel ambiente, dentro de aquellos usos y costumbres vivió nuestro estudiante por dos años y en sus actos podremos ver la influencia que en su carácter ejerció.

Dos años después de su ingreso al colegio de Durango pudo pasar a México auxiliado por un de aquellos hidalgos tenedores de fincas de campo; fue ese protector Baltazar Bravo de Castilla, miembro de la vieja familia con fincas en las Poanas y padre de uno de los jóvenes a quien nuestro estudiante había prestado ayuda en las lecciones.

Ya en la capital de Nueva España ingresó nuestro coterráneo en el colegio Real de San Ildefonso para estudiar Jurisprudencia, granjeándole la brillantes de sus estudios el acto de estatuto y quedando así ampliamente compensada la ayuda que le dieran, primero, Bravo de Castilla y después Manuel José Fernández, el primero, como vimos, el primero Durangueño y tal vez el segundo, mas de ello no tengo seguridad. Más si se afirma que dejó buen recuerdo al estudiante de Durango en el famoso colegio Real y que se conservaron tradiciones relacionadas con su fuerza de carácter.

Fuente de información: Apuntes para la Historia de la nueva Vizcaya, tomo IV, de Atanasio G Sarabia imágenes obtenidas del Facebook de la pagina «Durango Antiguo».

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