Nuestros equipos móviles son la mejor compañía que tenemos. Son cómodos, útiles, rápidos y permiten que accedamos a toda clase de contenido en cualquier momento. Son máquinas excelentes, pero también representan un gran lastre ecológico una vez que se convierten en basura.

Sabemos que los desechos electrónicos ya nos tienen hasta el cuello y la masificación de dispositivos nos tiene en aprietos. Aunque todos tenemos una idea de lo contaminantes que son, está claro que se nos escapan las minucias de este tema. Por este motivo no siempre estamos seguros sobre qué parte de nuestros dispositivos son los que contaminan realmente.

Para empezar, todos los electrónicos contienen materiales dañinos para el medio ambiente. Muchos son elementos que podemos encontrar, pero otros son compuestos enteros que, de acabar en el suelo, pueden causar daños severos. Solo haciendo una ronda rápida, un teléfono promedio puede contener hasta 40 materiales tóxicos.

Entre los más comunes encontramos arsénico, berilio, antimonio, plomo, zinc o níquel; aunque también hay presencia de mercurio o cadmio. Todos estos se encuentran en distintas partes de nuestros teléfonos, principalmente en los circuitos que los componen.

Sin embargo, el componente más contaminante que puede tener un teléfono es la batería. Esto se debe a que los elementos que contiene pueden contaminar cuerpos de agua enteros con una sola pieza.

Teniendo en cuenta esto, tener un dispositivo no funcional que deba desecharse no es tan fácil como arrojarlo al bote. Lo más recomendable siempre será buscar sitios especializados, los cuales se encargan de desmontar los equipos y reutilizar cuantos materiales de puedan. Además de resguardar los agentes contaminantes en un sitio seguro que no ponga en riesgo al ecosistema.

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