El costo emocional de esconder quien eres
Sé obediente. Estudia. Trabaja. Cásate. Ten hijos… Y, sobre todo, no cuestiones jamás lo que te han dicho que tienes que hacer”.
Vivimos en una sociedad que, aunque parece cada vez más permisiva y liberal, sigue juzgando cada uno de nuestros actos, condicionando así nuestro modo de ser y actuar. A veces esa presión social llega a ser tan fuerte, que podemos sentirnos “obligados” a esconder quiénes somos, características que nos definen pero que creemos que – por una u otra razón – no encajan en el entorno donde nos desenvolvemos.
Pero mantener una identidad oculta tiene un alto costo emocional, un costo que quizá no vale la pena pagar.
Los riesgos de esconder quien eres para intentar encajar
Tenemos dos identidades: una visible y otra oculta. Hay cosas prácticamente imposibles de esconder que, de una u otra manera, conforman nuestra identidad. Tal es el caso de nuestro origen étnico, el sexo y la estatura. También hay características de personalidad que nos resultan difíciles de ocultar, como la extroversión o la timidez. Todas esas características, sumadas a aquellas que dejamos entrever sin problemas conforman nuestra identidad visible, la que perciben los demás.
Sin embargo, también tenemos características que no queremos sacar a la luz, como puede ser nuestra orientación sexual, determinados problemas psicológicos, ciertas motivaciones o la pertenencia a grupos religiosos minoritarios. Esas características conforman nuestra identidad oculta.
Existen muchas razones que nos llevan a querer ocultar algunos aspectos de nuestra identidad.
Tener una identidad oculta nos obliga a estar en guardia en todo momento, atentos a lo que decimos o no decimos, a que nuestras actitudes no desvelen lo que queremos ocultar. Eso nos aboca a una “actuación superficial” en la que intentamos adaptarnos lo más posible a los demás, lo cual hará que experimentemos una sensación de falta de autenticidad.
En algunos casos, cuando los rasgos que escondemos son pilares esenciales de nuestra identidad, podemos llegar a sentir que somos un “fraude”, lo cual terminará minando nuestra autoconfianza y autoestima. El hecho de ocultar una parte de nosotros, de cierta forma, también indica que usamos la vara de medir de los demás y que no aceptamos plenamente esa característica. A la larga, para evitar los conflictos con los demás, desarrollamos conflictos internos. Ya lo había dicho Rita Mae Brown: “La recompensa por la conformidad es gustarle a todo el mundo excepto a ti”.
Ocultar la identidad puede hacer que nos sintamos socialmente aislados, deprimidos y ansiosos, afectando nuestro rendimiento y salud. De hecho, aunque ocultamos ciertas cosas para encajar en el grupo, en el fondo sabemos que no encajamos plenamente, por lo que podemos sentirnos aún más aislados, aunque resulte paradójico.
Es probable que terminemos sacando a la luz esa identidad oculta debido al agotamiento emocional que experimentamos. La tensión que se genera por ocultar esos rasgos termina causando un estado de agotamiento psicológico que nos hace “explotar”.
En ese caso, lo más probable es que desvelemos nuestra identidad oculta de la peor manera posible, confirmando así nuestros mayores temores, ya que ese acto no estará marcado por la madurez psicológica sino por el resentimiento, la ira y la tensión. Culparemos a los demás por habernos “obligado” a ocultar lo que somos, lo cual solo ahondará aún más la brecha.
La libertad no significa nada, a menos que puedas ser auténtico
El miedo a ser rechazados nos paraliza, empequeñece e incluso hace que nos olvidemos de quienes somos realmente, convirtiéndonos en una triste sombra de lo que podríamos haber sido. Cuando algo que forma parte de nuestro ser no nos deja ser, tenemos un problema que necesitamos resolver cuanto antes.
Expresar nuestra verdadera identidad puede ser un proceso desafiante, pero a la larga nos sentiremos más satisfechos con nosotros mismos, menos ansiosos y deprimidos e incluso podríamos encontrar más apoyo social, o al menos un apoyo más genuino, un apoyo a nuestro verdadero “yo” y no a la máscara social que habíamos construido.
Para dar ese paso, en realidad el mayor obstáculo que debemos superar son las inseguridades que hemos ido alimentando en nuestro interior.
La clave radica en preguntarnos si necesitamos más energía para ocultar que para revelar nuestro verdadero ser. Si el costo emocional que estamos pagando por ocultar nuestra identidad realmente vale la pena. Enfrentarnos a esos miedos puede ser extremadamente liberador e incluso puede cambiar la realidad que nos rodea.
Aunque quizá todo puede resumirse en esta genial fras de Fritz Perls, quien sabía en primera persona lo que es pertenecer a un grupo marginado, cuando dijo: “Sé quién eres y di lo que sientes, porque aquellos que se molestan no importan y los que importan no se molestarán”.