Todavía joven
La letra con la que escribía sus días comenzaba a torcerse, a enredarse y volverse incomprensible, por lo que sintió la necesidad de poner un punto y aparte, antes de que el relato, adquiriendo excesiva autonomía, le relegara a un papel secundario.
Se acercaba a esa parte de la vida en la que cada decisión define un camino, provoca un futuro y construye un recuerdo, y no veía el momento de dar el primer paso, dejar atrás el presente y derruir los recuerdos que le impedían olvidar.
Sentado sobre la cama frente al espejo del armario de su habitación se quedó mirando sus manos como en un ejercicio improvisado de quiromancia, tratando de leer alguna señal, imaginando cuántos objetos, texturas y pieles tendrían que recorrer todavía a lo largo de su vida.
Miró al frente y en el reflejo creyó ver a ese anciano triste, envuelto en remordimientos por no haber sabido sacar minutos a las horas y horas a los días, por haber dejado pasar los años sin decidirse a tomar las riendas de su vida.
Pero él todavía era joven, para fracasar estrepitosamente, para pensar que las decepciones fuesen definitivas, para rendirse sin agotar todas las posibilidades y para encaramarse a un sólo deseo como si su felicidad dependiera únicamente de conseguirlo.
Y así, cuando llegó el momento, como cada tarde entre las siete y media y las ocho menos cuarto, y ella apareció envuelta en su gabardina y camuflada tras sus gafas de sol, él ya se había encargado de forzar las casualidades necesarias para no cenar solo esa noche.