Rodrigo vivió un tormento tras ser capturado por un cártel del narcotráfico, confundido como miembro de un grupo rival.
Durante su cautiverio, fue víctima de brutales torturas en un rancho en las montañas, donde permaneció con los ojos vendados y encadenado de pies y manos.
Los captores, sin identificarse, exhibían un acento norteño similar al de Sinaloa.
El día de su secuestro, Rodrigo fue detenido junto a un amigo en una «plaza caliente» por hombres armados vestidos como militares.
Tras ser golpeados e interrogados, fueron llevados al rancho donde comenzó su calvario. Allí, sufrió golpizas con tubos de plástico y patadas que lo dejaron al borde de la muerte.
Durante tres días, Rodrigo no recibió alimento y soportó las duras condiciones climáticas en el exterior del rancho.
En los días siguientes, recibió mínimas raciones de arroz, café y huevo con frijoles, precedidas por horas de tortura.
Sorprendentemente, fue liberado con la advertencia de no contar lo sucedido, probablemente debido a su perfil mediático como víctima del crimen organizado.
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