No defiendas la vida, atácala
Hay dos enfoques básicos de la vida: el primero es la postura defensiva y su intención es mantenerse firme. Reaccionas a lo que te sucede. Eres como un defensor en el campo de fútbol: mantienes el fuerte y atacas al oponente cuando viene hacia ti. Tú reaccionas. Tú previenes. Tu único objetivo es mantener las cosas como están.
El segundo enfoque es la postura ofensiva, donde su intención es atacar. Tú haces que las cosas sucedan. En un campo de fútbol, eres como el delantero o el creador de juego: creas oportunidades y dictas el ritmo del juego. Tu actúas. Tú creas. Su objetivo es poner las cosas en movimiento.
Ambos enfoques son valiosos, pero con demasiada frecuencia nos inclinamos hacia la postura defensiva, más fácil y natural. Nos defendemos a nosotros mismos y a nuestra situación actual frente a la incertidumbre y acabamos defendiendo por defender. Nos quedamos atascados.
La postura ofensiva puede ayudarnos a despegarnos y ponernos en movimiento. La postura ofensiva se trata de acción.
Todas las acciones implican algún grado de riesgo. Nunca podemos saber con certeza lo que traerá el futuro.
Una postura ofensiva es exigente, requiere acción e iniciativa. Pero una postura defensiva, en realidad, puede ser más agotadora, porque no tienes el control.
La postura ofensiva se asegura de que no esperes la oportunidad adecuada para moverte. En cambio: te mueve para que surjan oportunidades.