En tiempos donde las redes sociales suelen estar saturadas de noticias tristes o controversiales, a veces aparecen pequeñas joyas que logran devolver la sonrisa y la fe en la humanidad. Ese es el caso de un video captado recientemente en Venezuela, en el que un grupo de niños compartió un momento de juego con un invitado muy especial: un perro callejero de gran tamaño que, aunque algo confundido, se convirtió en uno más del grupo.

En la grabación, los pequeños jugaban el popular “juego de la hoja”, una dinámica tradicional en ese país sudamericano. Con la canción:

"Este es el juego de la hoja, vamos a ver quién se equivoca, sin palmadas hasta el 20…",

los niños van pasando el turno en un círculo, tomándose de las manos… o, en este caso, de las patas. Porque el perrito, sentado en medio del círculo, también participó con toda la inocencia del mundo.

Aunque claramente el can no entiende las reglas, permaneció quieto, dejando que los niños le sostuvieron las patas con dulzura. En un momento, al llegar su turno, uno de los niños gritó con emoción: “¡Perdiste, bebé!”, provocando carcajadas entre los presentes.

Pero lo que siguió es aún más conmovedor: lejos de reírse del animal, los niños se acercaron a acariciarlo con ternura y consolarlo, como si fuera uno más del grupo. Este gesto, tan natural para ellos como increíble para los adultos que lo ven, fue interpretado por miles como un ejemplo de empatía, respeto y amor incondicional hacia los animales.

El video fue grabado por un testigo ocasional en la calle y difundido en redes sociales, donde rápidamente se volvió viral. Actualmente, suma decenas de miles de compartidas y reacciones, no solo por lo adorable del momento, sino por el mensaje profundo que transmite.

El gesto espontáneo de estos niños dejó una reflexión poderosa: la infancia, cuando es libre de prejuicios, enseña a ver con el corazón. Ellos no vieron a un perro callejero como algo “distinto” o “aparte”, sino como alguien digno de afecto, de juego y de compañía.

Y es que para los niños, el amor no necesita etiquetas. Ellos no preguntan de dónde viene, si tiene dueño o si está limpio. Solo reconocen la necesidad de afecto y están dispuestos a ofrecerlo sin condiciones.

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