APUNTES… Todos hermanos, pero sin neoliberalismo
Por: Guillermo Fabela Quiñones
En este año, se pusieron los cimientos de una “nueva normalidad”, la cual tendrá que comenzar por el reconocimiento de la inviabilidad del modelo económico impuesto al mundo por el llamado “Consenso de Washington”, tal como lo hizo el fin de semana el papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti (Todos Hermanos). No dar ese paso entraríamos al proceso irreversible de la extinción de la humanidad, no es una exageración decirlo teniendo en cuenta la realidad actual luego de tres décadas de neoliberalismo y sus secuelas.
Enhorabuena que el líder de los católicos del orbe reconozca un hecho incontrovertible, no importa que lo haga por conveniencia política luego de la profunda crisis que sufre la Iglesia católica por su entrega al materialismo más descarnado. Ahora es fácil advertir cuán trascendente habría sido que el papa Juan Pablo II, hubiera tenido la visión humanista del actual jefe del Vaticano. En cambio, fue un factor fundamental, en lo ideológico, para validar el asalto de las grandes corporaciones trasnacionales a las cuantiosas riquezas del planeta con una finalidad perversa.
Su encíclica es contundente, reveladora del imperativo de una “nueva normalidad” humanista, incluyente, en beneficio de los pueblos no sólo de las élites. Demandó “el fin del dogma neoliberal”, instó a la fraternidad “con hechos, no sólo con palabras”. Reconoció que “la especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos”. Afirmó que “es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos… La fragilidad de los sistemas mundiales frente a la pandemia ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado”.
Este es un giro de 180 grados a la postura tradicional de la Iglesia católica, la institución conservadora por antonomasia desde su nacimiento en el año 313, cuando el emperador Constantino decretó el fin a la persecución a los seguidores de Cristo y al cristianismo lo declaró religión del Estado romano. El papa Francisco se ve obligado a reconocer que no actuar en contra de la deshumanización en boga, pondría fin no sólo a la Iglesia católica sino a la humanidad entera.
Claro que los pueblos tienen derecho a participar de los beneficios del progreso, pero esta verdad evangélica no la reconocieron sus antecesores en el Vaticano (con excepción de Juan Pablo I, quien sólo permaneció un mes como pontífice), particularmente quien lo sucedió en el trono papal para impulsar, con su carisma e influencia, los intereses de los grandes corporativos trasnacionales que se repartieron las riquezas de los países emergentes. De ahí que sigamos padeciendo las consecuencias del sectarismo y del desconocimiento de una educación humanista.
Es muy oportuna esta nueva encíclica del papa Francisco, como se advierte en esta hora crucial del mundo, no sólo por el COVID-19 sino por los estragos de una pandemia de impacto incluso más brutal: El neoliberalismo. Puede decirse que es la última llamada de atención para que la voracidad, codicia y deshumanización de las grandes potencias imperialistas, sea aplacada por sus élites antes del estallido apocalíptico. Desde luego, no hay margen para un optimismo razonado, menos sin la presión de los pueblos. En este sentido, es vital el camino trazado por la encíclica “Todos Hermanos”.
Ojalá lo sigan en nuestro país las minorías conservadoras a ultranza, como las que están detrás del grotesco movimiento “Frenaa”, cuyo sectarismo, cerrazón e irracionalidad, es definido en lo que señala el Proverbio 17:12: “Mejor es encontrarse con una osa a la cual han robado sus cachorros, que con un fatuo en su necedad”. El presidente López Obrador coincide con los fundamentos de este documento papal, por lo mismo tiene la obligación de impulsar con firmeza una política más cercana al pueblo.
Twitter: @VivaVilla_23