Por: Guillermo Fabela Quiñones

Después de medio siglo de la movilización estudiantil que abrió las vías para que la sociedad mexicana fuera tomada en cuenta por la cúpula del poder, la realidad nacional sigue desfigurada por el apabullamiento de los grandes intereses, ahora montados sobre un Estado que durante seis sexenios liquidó lo poco rescatable de las instituciones surgidas de la Revolución Mexicana. Ayer, 2 de octubre, se inició una nueva etapa del devenir histórico del país: En la Presidencia se ubica una organización política identificada con los ideales por los que lucharon los jóvenes que, ese año de 1968, se hartaron del autoritarismo de un Gobierno sin compromiso social.

Este año, el recordatorio de la represión contra el movimiento estudiantil más vigoroso que registra nuestra historia, es muy distinto bajo la perspectiva de las clases mayoritarias: No hay motivos concretos para protestar contra un Gobierno legítimamente constituido, lo contrario en aquel fatídico año cuando el sistema político estaba al borde del naufragio por el conservadurismo en pleno empoderamiento. De ahí que no le quede otro camino, a los neoconservadores, que el vandalismo como mecanismo para tratar de confundir a las masas y desvirtuar una fecha que no se debe olvidar por el simbolismo que representa.

El sistema político en aquellos años se fracturó, conviene recordarlo, no por la presión del movimiento estudiantil, sino por la corrosión que se había acumulado en su interior luego de que pesó más, en el escenario pendular, la derecha; de modo significativo a partir de que los abogados se hicieron del poder no para servir a México y a la sociedad nacional, sino para instaurar una burocracia reaccionaria y corrupta, más aún que sus predecesores, los militares que salieron victoriosos de la lucha armada.

La última oportunidad de corregir el rumbo se tuvo cuando Adolfo López Mateos toma las riendas de la Presidencia, con un proyecto nacionalista y progresista. Lamentablemente, su mala salud lo lleva a dejar el mando de las instituciones a la fracción más conservadora del PRI, liderada por quien sería el verdugo de los miles de estudiantes que se organizaron para protestar contra el autoritarismo. Su movimiento fue derrotado, pero el régimen logró una victoria pírrica que lo liquidó en sólo dos sexenios más, una vez que el partido hegemónico fue tomado por una tecnocracia cuyo proyecto era desmantelar al Estado mexicano.

Alcanzaron un éxito apabullante, como lo patentizan los seis sexenios que se mantuvieron en el poder. Sin embargo, la consigna de los jóvenes idealistas del 68: “2 de octubre no se olvida”, se mantuvo aunque al paso de los años fue perdiendo la reciedumbre de los primeros años después de la criminal matanza de Tlatelolco. El autoritarismo del Estado cambió de métodos pero no de sus fines antidemocráticos. Hoy las redes sociales no favorecen al conservadurismo, pero hace cinco décadas no había más recurso que jugarse la vida para informar la verdad.

Un ejemplo digno de recordatorio es el de Mario Menéndez Rodríguez, quien en la revista “¿Por Qué?” dejó el único y más valioso testimonio gráfico y reporteril de aquellos meses aciagos de 1968. Con todo, es muy dramático que ahora los periodistas se juegan la vida no por sus ideas políticas, sino por sacar a flote la corrupción de las élites coludidas con la delincuencia organizada. Trágica consecuencia del neoporfirismo que lograron consumar.

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