No hay duda…
Por: Juan Alberto Esquivel y Cebrián
No hay duda, de que estamos molestos, dolidos, resentidos y es algo que ha crecido por generaciones.
Nadie que conozca mínimamente la historia de México puede negar que salvo algunas muy pocas excepciones, desde que nos independizamos de España los mexicanos hemos padecido gobiernos que van de malos a pésimos.
Si bien ha habido épocas en las que el crecimiento económico (generación de riqueza) ha sido satisfactorio, no lo ha sido la manera como esa riqueza se ha traducido en bienestar social. Al contrario, mientras más riqueza se genera, más mexicanos caemos en la pobreza.
Durante más de 30 años padecimos la dictadura de un solo hombre que acabó luego de una guerra civil que durante largos años ensangrentó nuestros campos y que, al final, trajo como resultado una dictadura institucional. La dictadura de un partido que, en casi 80 años, con simulaciones democráticas controló la vida política, social y en buena medida económica del país y que, aparentemente, concluyó cuando, ¡por fin!, sus opositores políticos tomaron las riendas del Gobierno.
Pero todo fue una ilusión. El estilo de Gobierno que nos rigió durante casi ocho décadas prevaleció en sus rasgos generales.
Y estos malos gobiernos han provocado en nosotros una desconfianza crónica hacia los gobernantes y, en general, hacia toda la clase política a la que la voz popular califica como ineficaz y corrupta. Y esa desconfianza se ha trasmitido de padres a hijos.
Sin embargo, los esfuerzos de la sociedad civil, los partidos de oposición y algunos políticos efectivamente comprometidos con el progreso del país poco a poco fueron logrando leyes y construyendo instituciones para limitar el poder absoluto del presidente en turno y el control de la vida política que tenía el partido gobernante y posibilitaron la alternancia en el Gobierno, intentando construir una efectiva democracia mexicana.
Pero este duro y muy controvertido esfuerzo de actores políticos más o menos sanos, tiene su contrapeso: el empeño de demagogos oportunistas, cosecha de las deposiciones de todos los partidos políticos y agrupados en el actual partido en el poder y en sus partidos satélite quienes, desde hace más de 20 años, han estado manipulando esa nuestra desconfianza crónica hacia los gobernantes para alcanzar su propio poder, pero no para llevar el país al futuro sino para regresar al presidencialismo absoluto. Esto es, a regresar a la dictadura institucional de la que aún no hemos podido liberarnos del todo.
Y no solo regresar a la dictadura de un partido, sino que, en un descuido, regresar a la dictadura de un sólo hombre.
Bástenos ver la reacción del caudillo de esa pandilla de demagogos, ahora que las instituciones judiciales les han aplicado la Ley a algunos de sus cuates para comprender que, para ese caudillo, la única Ley válida es su soberana voluntad y los intereses de sus cómplices.
Dentro poco más de un mes, tendremos en nuestras manos el destino de nuestra patria y votamos para construir contrapesos a esa naciente dictadura y así podamos seguir construyendo la democracia mexicana o votamos para fortalecer a esa dictadura y retroceder por muchos años en nuestra vida política y, consecuentemente, en nuestra economía.
En tu conciencia de ciudadano mexicano está la decisión, paciente lector.