Por: Fhernanda Simental L.

Hace tiempo, en una exposición que hizo en Durango un famoso observatorio social, se comentaba tristemente que no importaba realmente lo que los jóvenes quisieran estudiar, la apuesta que debía hacer el Gobierno estatal si quería hacer crecer sus indicadores económicos y sociales, era apostar por las carreras técnicas e incentivar (persuadir) a la población que engrosaría las filas de las edades económicamente activas, a que aprendieran un oficio técnico.

Hay una realidad difícil y lacerante, en que la pobreza, la falta de oportunidades y la falta de estudios son una constante, por lo que el trabajo en una maquiladora se vuelve una opción para quienes deben llevar pan a su mesa, sobre todo en una región con un crecimiento escaso y con pocas opciones de acceder a otro tipo de actividad, como Durango

Así pues, en esta necesidad se engrosan las filas de las maquilas, pero, ¿qué pasa cuando los derechos de los trabajadores se ven pisoteados y ellos no denuncian por temor a represalias? Recientemente, desde hace un par de meses, se incrementaron las quejas sobre el trato que reciben los trabajadores de diversas maquiladoras que operan en el estado; ya sea por los noticieros locales o bien a través de las redes sociales, de manera anónima se han expuesto quejas y videos sobre el maltrato del que han sido objeto quienes trabajan ahí.

Aunque estas quejas siempre habían existido de una u otra manera, en estos meses se intensificaron, lo que derivó además en la intensión de algunos grupos por asociarse y sindicalizarse a fin de defender sus derechos y exigir un trato digno, pues aunque parezca una obviedad, existen lugares de trabajo en los que estos conceptos son desconocidos.

Se dice que dentro de la vida laboral de la industria maquiladora hay mucho hostigamiento, con horas extenuantes de trabajo, donde no se le permite al trabajador ir al baño, reduciendo el tiempo para comer (en muchos casos sin contar un espacio para ingerir alimentos), ni tienen derecho a enfermarse o (en el caso de las mujeres) embarazarse, pues el despido es inmediato.

Las comparaciones son odiosas pero necesarias, y es que poco o nada se ha avanzado en los temas obrero-patronal, pues el retrato que nos plasman las quejas de quienes trabajan en una maquila nos hace pensar en una forma de esclavitud moderna, en la que el trabajador se ve en la orfandad, incluso por  quienes deben observar y defender sus derechos, en este caso, el Estado, por lo que la opción de la agrupación a través de un sindicato es una ventana de esperanza, aunque esto signifique un inminente despido.

Para una persona que trabaja en una maquiladora es casi imposible tener la certidumbre de justicia cuando los organismos destinados a resolver los conflictos laborales dependen de los Gobiernos estatales, volviéndolos poco objetivos a la hora de tomar decisiones pues su imparcialidad está comprometida por los diferentes intereses político-económico-sociales que los involucra.

Preocupa además la fama que arrastran los sindicatos en México, cuyos actos han desvirtuado, muchas de las veces, la representatividad de su movimiento lo que ha derivado en la incredulidad de la clase obrera y en consecuencia la arbitrariedad de las empresas sobre los derechos laborales.

La poca imaginación del Estado para crear más fuentes de empleos, su poca y escasa pericia para atraer mayor inversión, y su poca efectividad a la hora de resolver conflictos, hace que se proyecte un nada halagüeño futuro laboral sobre la región, pues los trabajadores no quieren un estudio en el que diga que viven estresados, ¡eso ya lo saben!, quieren ser escuchados y quieren trabajar con dignidad.

Twitter: @Fher_Turkita