- Investigadores de la Dirección de Estudios Históricos del INAH destacan al célebre escritor como un apasionado irredento de nuestra historia.
Dotado con la curiosidad del gato, una memoria elefantiásica y un sentido del humor que rompía los ritos de la intelectualidad y de la política, Carlos Monsiváis fue un renovador de las líneas de investigación que ocupaban el interés de los historiadores hasta finales de los años 60 del siglo XX. Desde el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), del que fue investigador, amplió las miras de esta comunidad y definió nuevos horizontes para el análisis de la sociedad mexicana contemporánea.
A propósito del homenaje que el Gobierno de México y distintas instituciones, entre ellas la Secretaría de Cultura y el INAH, realizan para rememorar su décimo aniversario luctuoso, investigadores e investigadoras de la Dirección de Estudios Históricos (DEH)—donde el escritor forjó trascendentes ejercicios académicos para el debate de las ideas—, aquilatan y reivindican al personaje como un apasionado irredento de nuestra historia.
Tras su estancia en Inglaterra, Monsiváis dio carta de naturalización a los estudios culturales en México, y bajo ese enfoque fundó el Seminario de la Cultura Nacional dentro de la DEH, junto con José Emilio Pacheco, José Joaquín Blanco, Héctor Aguilar Camín y los entonces jóvenes historiadores, Antonio Saborit y Emma Yanes Rizo. Esa actividad se desarrolló por 14 años, entre las décadas de 1970 y 1980.
Ante un México que se abría al siglo XXI con la perpetuación de la derecha, el célebre cronista respondió coordinando un taller cuyo objetivo era comprender a la sociedad actual, a partir de la influencia ideológica de las principales lecturas, los “Best Sellers” del México decimonónico, recuerdan los historiadores Esther Acevedo, Lilia Venegas y Carlos Melesio Nolasco.
En 2010, en vísperas de los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución —y sin saberlo, en la antesala de su muerte—, Monsiváis les comentaba que no había motivos de celebración, y sí mucho que recapacitar sobre tres aspectos: el aumento de la pobreza, y el detrimento del estado laico y del sistema educativo nacional, de ahí la necesidad de leer a lo que él llamaba “la conserva”.
Y es que para el también escritor, literatura e historia eran fundamentales, sincrónicos. El doctor Luis Barjau, coordinador de la Cátedra Monsiváis, creada por la DEH hace un lustro para continuar su estela reflexiva, comenta que un aspecto poco explorado de su obra es la crítica literaria, una tarea que acometió en contadas ocasiones, pero a fondo y con notables resultados.
En uno de sus últimos libros, el cual tituló con un verso de Neruda: Escribir, por ejemplo. De los inventores de la tradición, “seleccionó a los autores mexicanos de su preferencia, que fueron diez: López Velarde, Alfonso Reyes, Julio Torri, Agustín Yáñez, José Revueltas, Juan Rulfo, Augusto Monterroso, Rosario Castellanos, Jaime Sabines y Carlos Fuentes. En cada uno de estos capítulos está contenido un profundo análisis, con alto sentido pedagógico, de mucha utilidad para estudiantes y todo tipo de los lectores”.
El humor como arma
Por su parte, el historiador Carlos San Juan Victoria, otro de los “cómplices” de Carlos Monsiváis, comenta que un personaje así solo podía darse en los años 50, cuando la Ciudad de México “era todavía a escala humana” y se podía andar con amigos en largas caminatas; sus partenaire por calles de la Roma, Insurgentes y Bucareli eran, nada más ni nada menos, José Emilio Pacheco y Sergio Pitol.
“En una de esas caminatas, Sergio y Carlos recalaron en el ‘María Bárbara’, Sergio le dijo: Quiero quedarme en México, pero también alejarme. Y Carlos le respondió: Quédate, hay mucho por hacer. Todo está congelado: la legislación, el culto a los héroes, los ritos oficiales de la Revolución, la monumentalidad de los políticos. Hay que comenzar a reírse de todos. Están preparados para responder al insulto, aun al más violento, pero no al humor.
“Era el 23 de mayo de 1962. Luego de una reunión con el grupo de Cine Nuevo y de ver un western feminista, los amigos pararon a comer unos tacos frente al Cine Insurgentes, e irrumpió un voceador con las últimas noticias: Rubén Jaramillo, el líder campesino, había sido asesinado junto con toda su familia. Entonces, a los amigos les envolvió una sensación de irrealidad, de ira y de horror”, refiere San Juan para comprender las convicciones, la empatía, el talante y la inteligencia de Monsiváis.
Él podía reducir todos sus oficios a uno solo: el de peatón —recuerda la maestra Esther Acevedo—, tenía avidez por ser testigo del acontecer, del hecho diario que da lugar a la historia. “Carlos no era el intelectual encerrado en la torre de marfil, el caminaba por todos los barrios. Fue siempre muy receptivo y nada de lo que decía o hacía era al azar, incluso, su vestimenta hablaba de un rompimiento. Después del 68, hizo a un lado su imagen de joven erudito enfundado en saco y corbata, por sus icónicas chamarras de mezclilla”.
Historia vs Crónica, una falsa dicotomía
Monsiváis era un gran conocedor de la historia, curiosamente de los conservadores, anota la historiadora Emma Yanes, actual titular del Fondo Nacional para el Fomento a las Artesanías. Rememora cuando ella y Antonio Saborit, ahora director del Museo Nacional de Antropología, eran unos jóvenes deslumbrados por la sapiencia de Monsiváis, y acudían al Castillo de Chapultepec para participar del Seminario de la Cultura Nacional. Parte de ese grupo, caso de Saborit, eran los hacedores del suplemento “La cultura en México”, el cual coordinaba el escritor en la revista Siempre!
“Carlos Monsiváis leyó mucho a Lucas Alamán. Sus grandes aportes historiográficos tienen que ver con la historia literaria y la compilación de gran parte de estos cronistas del siglo XIX; además de generar una nueva visión de la cultura en México, recogió esa tradición de valorar lo popular —que viene desde José Revueltas— tanto a nivel de crónica como de manifestaciones artísticas, y consolidó su importancia.
“Si se hace un recuento de la crónica histórica en México, se observará que todos los historiadores se basan en los trabajos de Bernal Díaz del Castillo, Clavijero, etcétera, entonces esta aparente dicotomía entre hacer historia y hacer crónica, es falsa. Se puede hacer crónica histórica con todo el rigor, y esa era la intención de Monsiváis, sus crónicas son —en sí mismas— fuente para todo historiador contemporáneo”.
Los investigadores Lilia Venegas y Carlos Melesio Nolasco definen al Taller del Libro, que se realizó entre 2003 y 2010, como un taller de “talachas”, donde el autor siempre llegaba con una nueva “provocación” para reflexionar y siempre la hilvanaba con un tema o aspecto inaudito.
“Monsiváis siempre manifestó un gran respeto por los liberales del siglo XIX y, por tanto, con tristeza veía que México arrancaba el siglo XXI sin apertura democrática. Esa vertiente liberal —decía—, se había perdido. Propuso que leyéramos los “Best Sellers” decimonónicos, los libros que leía ‘la conserva’ para entender la deriva de las derechas en México”, señala Venegas.
Así, continúa Melesio, en el taller analizaron el Catecismo del padre Ripalda como el método pedagógico privilegiado del sistema educativo, o el Manual de urbanidad y buenas maneras, de Carreño, cargado de roles y estereotipos de género.
Para alguien como Monsiváis, que desde niño mostraba su erudición en “concursos de saber”, los títulos y reconocimientos estaban de más, “él hacía su vida intelectual de una manera muy consistente y perseverante, con independencia de todos esos actos protocolarios”, manifiesta Melesio.
“Monsiváis no se va a repetir, por muchas cosas”, sentencia Lilia Venegas: “Una de ellas fue que otorgó carta de legitimidad a los estudios de cultura popular en la academia, introdujo el cine, la caricatura política, la lucha libre, las artesanías, etcétera; pero, sobre todo, se volvió entrañable para estos mundos marginales, la gente lo detenía para tomarse una selfie; que un intelectual de ese tamaño se vuelva entrañable para la gente de a pie, no es algo que se vea todos los días”.
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