Por: Claudia Ramírez
Me parece apropiado decir, en mi defensa, que nunca había sentido el amor así, de esta manera, tan consciente y maduro. Estoy perdidamente enamorado.
Hace tiempo, una buena amiga me pidió que ayudara a su hermana con su tésis y preparación para el examen profesional y acepté. Así la conocí. Ya me habían contado que era bonita, pero yo iba a ser su profesor, así que me olvidé de eso.
Ese día, los estaba esperando afuera del hospital donde trabajo y cuando la vi bajarse del coche pensé “wow, de verdad es una mujer muy bella, muy sexy”, mi amiga nos presentó y al saludarla, inmediatamente noté que tenía una voz sensual y suave, desde entonces necesitaba lograr que pronunciara mi nombre.
Le pedí que pasáramos al lugar donde íbamos a estar trabajando y mientras caminábamos por el pasillo, la observé. Era una mujer muy elegante, con muy buen porte, realmente hermosa y yo me sentía muy orgulloso de caminar a su lado, que los demás me vieran con una mujer como ella.
Pasamos algunas semanas trabajando juntos, hasta que presentó su examen. Durante ese tiempo, estábamos un poco nerviosos, nos evadíamos la mirada, definitivamente había una gran química entre nosotros, pero todo debía ser muy profesional de mi parte.
Después de presentar su examen, me invitaron a que celebráramos en su casa y luego nos fuéramos a bailar. Cuando llegué a la casa, fue impresionante ver a Karina bajando las escaleras, traía puesto un vestido azul que la hacía lucir espectacular, era la mujer más encantadora, no podía creer lo atractiva que se veía. De camino al festejo, quedó claro que nuestro deseo y atracción eran correspondidos; así que dejé los protocolos de lado y me atreví a besarla y, por su reacción, creo que me había tardado en hacerlo. Empezamos con besos tiernos y al siguiente momento, totalmente pasionales y ardientes.
Días después seguimos saliendo, fueron citas increíbles, su compañía me hacía sentir muy orgulloso, es una mujer tan hermosa que me provocaba algo extra, yo moría por hacerle el amor o que el amor nos hiciera, lo que pasara primero. Sabía que yo le gustaba tanto como ella a mí y sin saber cuántas citas pasaron, un día, por fin, me armé de valor para invitarla a un lugar más cómodo y privado.
Entrando a la habitación nos empezamos a besar, estábamos nerviosos, nos desnudamos lentamente a pesar de que yo estaba ansioso por arrancarle la ropa y hacerla mía salvajemente. Con los nervios a tope, mi cuerpo quiso sabotearme, pero ella lo notó y tranquilamente me besó, sus manos me empezaron a acariciar, eso me encantaba y ella lo sabía, así que logró que su amor y su pasión me encendieran y estar listos para que el amor nos hiciera.
Nos recostamos, ella comenzó besando mi frente, mis mejillas, mis labios. La tomé por la cintura, acaricié su espalda y fui sintiendo su piel suave, deliciosa, excitante. Se sentó sobre mí y fui entrando lentamente en ella, me gustaba observar su rostro, sus gestos de placer mientras me cabalgaba, escuchar su voz y sus gemidos mientras entraba y salía de ella me volvían loco; me sentía un súper hombre, perdí la cuenta de sus orgasmos, pero estaba extasiado de verla tan complacida y satisfecha, hasta que finalmente nos quedamos dormidos.
Al despertar, no podía creer lo que habíamos vivido la noche anterior. Para mi fortuna, con cada encuentro siguiente, ella reafirmaba lo que desde nuestra primera noche juntos sentí: Es la mujer perfecta para mí.
Sé que siempre he sido un romántico incurable y tengo el firme propósito de que al encontrar al amor de mi vida, le pediré matrimonio en París, con la Torre Eiffel y el Río Sena de testigos. Con ella siento que somos completamente compatibles, que puedo ser yo, me siento muy feliz, tanto que quisiera preguntarle… ¿Y si nos vamos a París?