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Un día en la Historia de Durango… Papantón, el Cerro más alto

21/09/2019 - Hace 5 años en Parral

Un día en la Historia de Durango… Papantón, el Cerro más alto

Cultura | 21/09/2019 - Hace 5 años
Un día en la Historia de Durango… Papantón, el Cerro más alto

Por: Pedro Núñez López

El enorme cerro que constituye la mayor altura de la región sureste del Estado de Durango hacia su límite con el de Zacatecas, debe su nombre a un curioso personaje que vivió en la comarca en la época de la dominación española, Antonio Oliva y era originario de Asturias, España, quien radicó en Sombrerete, Zacatecas.

Cuenta una leyenda, que habiendo el mencionado Oliva intercedido ante las autoridades a fin de que se pusiera en libertad a un indígena, éste, agradecido, le comunicó con tanta reserva como solemnidad, que en el cerro a que nos referimos, en una cueva muy grande e intrincada, residía un espíritu maligno que salía de cuando en cuando de la caverna en forma de mula, muy retozona y coceadora que arrojaba llamaradas de fuego por el hocico. Que la tal mula conocía las propiedades de todas las hierbas y comunicaba esos conocimientos al hombre que en una noche obscura la montara en pelo y la domara. Le informó que cuando a aquel animal se le había ya montado, se precipitaba en carrera vertiginosa brincando y encabritándose, por las faldas de las montañas y que sólo revelaría los innumerables secretos que poseía al jinete que no se estrellara en las rocas, se quedara en su lomo, y a cuyo jinete introducía a la caverna diabólica que le servía de guarida, en donde le daba la facultad de conocer a primera vista todas las hierbas así como la de calcular los efectos que éstas producían en el organismo humano, pudiendo sin duda el que tales secretos adquiriera, hacerse inmensamente rico.

Tentada tanto la curiosidad de Oliva como su codicia, se resolvió a acometer la empresa propuesta por el indio, y se dirigió una noche al sitio en donde según su informante se encontraba la mula misteriosa. A eso de las 12 de la noche, escuchó un formidable estampido, como si hubiera ido a abrirse el cráter de un volcán, y apareció entre las intensas tinieblas la famosa mula arrojando llamas de fuego y tirando coces a diestra y siniestra, Oliva, calculando la dirección que la mula traía, se trepó a un peñasco y resueltamente se arrojó al lomo del animal cuando este pasó cerca de la referida peña,

Grande y desesperado fue el esfuerzo de Oliva para mantenerse en el lomo de aquella mula, y después de haber recorrido ésta las faldas de la montaña en una carrera vertiginosa, con despampanantes reparos y multitud de cabriolas, se internó en la caverna oscurísima en cuyo fondo se paró, al parecer fatigada, indicó entonces al jinete que se apeara y soplándole con sus narices al oído, le comunicó todos los secretos que poseía y que el vencedor tanto ambicionaba para saciar su sed ardiente de dinero.

Desde entonces Antonio Oliva bajaba todos los días de la montaña llevando con sigo muchas hierbas para curar a los enfermos de muchas leguas a la redonda. No se sabe qué circunstancias le hicieron cambiar de propósitos, y se dedicó a practicar aquellas curaciones gratuitamente o a cambio de remuneraciones insignificantes, esforzándose también por enseñar la religión cristiana. Parece que al fin se entregó a ejercicios espirituales, y estaba demacrado, extenuado por los frecuentes ayunos que se imponía. Llevaba la barba muy grande, cayéndole hasta la cintura y donde quiera que llegaba daba su saludo habitual de: “Ave María Purísima”, cuyo saludo, decían que parecía un conjuro, pues que como por encanto se disipaban las enfermedades y las tristezas.

Tenía este ermitaño la pena de que, queriendo mucho a los niños, éstos le huían debido a que les hacía tomar hierbas amargas para curarlos cuando estaban enfermos.

Dondequiera era conocido con el nombre de “Papá Antonio”, nombre que sufriendo con el uso una contracción, se convirtió en el de “PAPANTON”, que se dio al cerro de donde el ermitaño procedía siempre.

Nadie volvió a ver jamás la diabólica mula y Papá Antonio vivió muchos años curando a los enfermos de una vasta región en la que fue muy popular y estimado.

Información obtenida del libro «Leyendas Duranguenses», de Everardo Gámiz; Imagen de Rodrigo Avalos.

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