Por: Eduardo Ortega Solano

Es cierto que una parte importante de los políticos que ocupan cargos de elección popular, dejan mucho que desear; sin embargo, nosotros como ciudadanos “no vendemos piñas”. En los procesos electorales donde elegimos quien ocupará “la primera magistratura de la nación” (presidencia de la república) la participación ciudadana apenas supera el 60% y en las elecciones no concurrentes o locales, el promedio de asistencia a las urnas, es apenas de un poco más del 50%. Es cierto que el abstencionismo es multifactorial, pero mayoritariamente es producto de holgazanería, indolencia, desinterés, apatía, e ignorancia.

Son contados los que no emiten su sufragio como protesta porque ven la política como equivalente a corrupción, no creen en los partidos, en los políticos, o en las autoridades electorales. Sin embargo, los que aducen esta razón entran en la misma bolsa no existe diferencia con los motivos anteriores. En mucha menor medida están los que van a las urnas y anulan su voto, es mucho más práctico quedarse en su casa. Pueden tachar todos los cuadros, escribir algún insulto, o cualquier otra cosa. Es una protesta ociosa, fútil, insulsa, una queja sin voz y sin sentido. Mientras el voto nulo no tenga “un valor jurídico” y no afecte porcentajes y prerrogativas, su práctica es un sinsentido.

Pero tampoco somos muy “doctos” en cultura electoral, muchas veces desconocemos cosas tan básicas como ¿quiénes son los candidatos de nuestro distrito?, o incluso ¿a qué distrito pertenecemos? Por supuesto, ignoramos las propuestas de los candidatos, ver o escuchar un debate… ni hablar, siempre habrá cosas más interesantes que hacer. La Constitución establece que el voto en México es un derecho, pero también una obligación, pero como no está clara una sanción por incumplimiento, es letra muerta. Pero además no estamos conscientes del valor e influencia que tiene nuestro voto, se llega al disparate de preferir venderse.

En el momento en que los institutos políticos presentan a sus candidatos, las dos expresiones más socorridas son: “a esos nadie los conoce” o en su defecto “siempre los mismos. Sin embargo, son apreciaciones “simplistas”, la mayoría de los candidatos que vemos por primera vez tienen tiempo preparándose y picando piedra. Sin duda se necesita el entreveramiento entre la sangre nueva y la veteranía. La política es una carrera, pero a diferencia de las demás actividades profesionales como: medicina, derecho, ingeniería, etc. Donde a más años, mayor experiencia y confiabilidad. En la política la experiencia se ve como un lastre y surge la expresión ¡otra vez de candidato, no tienen llenadera!

Sin embargo, para privilegiar experiencia y resultados entre los legisladores, ahora existe la reelección, la cual permite permanecer hasta 12 años en el cargo, tres reelecciones para diputados y una para senadores. Pero además no existe la necesidad de abandonar el cargo, y solicitar permiso para iniciar una nueva campaña, aunque es posible no es deseable. Con los aspirantes a reelección, la pregunta no es ¿qué van a hacer?, sino ¿qué han hecho?, y ¿qué están haciendo? En estas condiciones los votantes tenemos certezas y con nuestro voto podemos premiar o castigar el trabajo de los legisladores.