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El cine de mis recuerdos

21/03/2025 - Hace 4 horas en Durango Estado

El cine de mis recuerdos

Zona de Debate | 21/03/2025 - Hace 4 horas
El cine de mis recuerdos

Por: Iván Ramírez M.

Imagina que por un solo boleto pudieras ir al cine y ver dos películas, pero, además, si te gustaron mucho o no le entendiste bien a la trama, podías quedarte ahí sentado para verlas otra vez cuantas veces quisieras. A esto se le llamaba “permanencia voluntaria”.

Una voz fuerte con mala dicción pasaba por las calles anunciando la venta del periódico, o bien, acudías al puesto de revistas donde lo vendían.

A diferencias de los demás días donde los adultos abrían el periódico por las mañanas o recostados en la cama por la noche, el sábado y domingo los niños eran los primeros en agarrarlo para sacarle, primeramente, la hoja donde venían las historietas y después donde venía la cartelera de los cines.

Ya elegidas las películas y horarios, lo siguiente era bañarse y prepararse para aventarlos en el cine como chivas en corral.

En la taquilla una mujer u hombre desprendía de un rollo los boletos de cartón, y al entrar en la antesala, lo primero que veías era un luminoso aparador exhibiendo dulces como chocolates, malvaviscos, gomitas, palomitas y los ricos sándwich partidos en forma de triangulo.

Un aparador que te hacía babear, pero aún no era el momento de comprar algo, pues lo primero era entrar a la sala corriendo para escoger los mejores lugares, ya que todavía se usaba el que estuvieran numerados. Ya sentados y apartados, estábamos listos para durar casi 5 horas ahí.

A mitad de cada película ocurría algo, la imagen en la enorme pantalla empezaba a desvanecerse y las luces del cine se encendían; era el famoso intermedio para ir al baño o a la dulcería, pero no era solo eso, algunos preferíamos irnos corriendo a los pies de la pantalla para jugar en la alfombra a las luchitas o ponernos a rodar como troncos chocando unos con otros.

Después de unos minutos, la sala se iba obscureciendo, señal de volver a nuestros lugares y seguir con la función.

A veces, en plena película, la pantalla parecía incendiarse, era la cinta, pues el foco del proyector emitía tanto calor que la “achicharraba” y su reparación se llevaba varios minutos. En esos momentos, la mayoría volteábamos hacia una pequeña ventana que se encontraba en la parte más alta de la pared de atrás. Era la ventanita del cuarto donde estaba el gran proyector y el responsable de ponernos la película. Con las miradas apuntando hacia ella, iniciaba una rechifla y el cántico de “¡cacaroo! ¡cacaroo!”, como manifestación de reclamo y para meter presión. Era parte del show.

Mientras en las bancas colocadas arriba, en la parte más obscura del cine, varias parejas dejan de besarse ante las luces y miradas de todos, y así, cada fin de semana entre sudor, palomitas, refresco, sándwiches y besos se escribían algunas historias de película en nuestro querido Durango.

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