Por: Sergio Duarte Sonora

Mientras a nivel nacional la actividad política se centra en la reforma al Poder Judicial, la integración del gabinete de la presidenta virtualmente electa y la mayoría calificada que Morena tiene en el Congreso de la Unión, en los estados de la Federación, como Durango, la vida política toma otros derroteros.

Un tema de relevancia interesante es la pérdida de registro del Partido de la Revolución Democrática. Cierto, en Durango, el PRD ha terminado su ciclo de vida como partido político al igual que en el ámbito nacional.

Desde el 2017 se dio un debate interno sobre la línea política que el PRD debería seguir: las voces mayoritarias clamaban por proseguir la alianza con el Partido Acción Nacional, mientras las voces minoritarias nos inclinábamos por una ruta propia, que implicaba que en el 2018 fuésemos con candidatos propios en todas las elecciones. Con candidato a la presidencia de la República (estaban anotados Mancera y Aureoles), con candidatos propios al Senado, con candidatos propios en los 300 distritos federales para elegir diputados y con candidatos propios en los 15 distritos para elegir diputados locales en nuestro estado.

Se impuso la línea antiobradorista y la más conservadora, lo que implicó ir de aliados carga maletas del PAN, sin candidatos propios y sin perspectiva de futuro, es decir, se optó por la ruta de un suicidio anunciado que solo garantizaba dos o tres puestos de segundo nivel en la administración pública estatal.

Se entró en un camino intrincado de entrega a los designios de los gobernantes en turno avalado por una dirigencia nacional octogenaria que ya hacía años había abandonado las banderas históricas de la izquierda, aunque estuviesen aún comprendidas en el Programa de Acción perredista, enarbolando una fobia antiobradorista y una falaz y desustanciada defensa de los avances democráticos.

Triste e indigna tarea para los perredistas de base que se sostuvieron contra viento y marea a pesar de tener que cohabitar con enemigos históricos que socarronamente los veían de arriba abajo, con desdén y menosprecio.

La pérdida del registro del PRD estaba anunciada, pues en este 2024 era la cuarta elección que se enfrentaba sin candidatos propios, con escasez de recursos y sin una plataforma electoral propia.

En estas condiciones, los más de 20 mil votos alcanzados en el territorio duranguense son una verdadera hazaña de los perredistas (incluyendo las dirigencias municipales y la estatal), pues aparte tuvieron que padecer y sobrellevar los equivocados manejos de la coordinación electoral perredista que fueron alentados por actores de uno de los partidos aliados.

Parece inverosímil que, a pesar de todas esas vicisitudes e irregularidades en contra, el PRD aún sostenga bases y votos leales en varios municipios de la entidad. Un verdadero milagro.

Ahora, el “quehacer” se presenta como una encrucijada entre la vida indigna o la muerte política con dignidad que conlleva la resurrección tarde que temprano. Se toma la ruta más fácil que implica la subordinación y el trato indigno de los aún aliados a cuenta de tomar dos o tres puestos burocráticos o se retoma el camino que se abandonó desde el año 2018, este camino implica retomar el Programa de Acción Histórico de la izquierda mexicana ahora en manos de la 4T.