No todo lo que viene, conviene
No todo lo que nos envuelve es significativo, ni todo lo que viene conviene. Aplicar en el día a día filtros emocionales y psicológicos adecuados evitará que lleguen hasta nosotros ciertas toxicidades. Espantará a los lobos camuflados de seductoras ovejas y a esos virus capaces de desarrollar en nosotros sobrecargas, estrés y experiencias amargas.
Todas estas dimensiones son importantes y no son conocidas por igual. No obstante, y para entender un poco mejor lo que supone no aplicar en el día a día esos «paraguas psicológicos», empezaremos hablando del cansancio. El agotamiento más común tiene su origen, como ya sabemos, en un esfuerzo físico. Sin embargo, y por curioso que nos parezca, existe otro tipo más habitual en la población y que suele cronificarse.
Las decepciones a veces matan, pero son las esperanzas las que nos permiten sobrevivir.
Hablamos de ese cansancio de origen emocional capaz de crear en nosotros todo un cuadro psicosomático, donde no falta el dolor de cuello, de espalda, las cefaleas, problemas digestivos…Muchos lo llaman sencillamente, «estar quemados». Arrastrar este agotamiento emocional, que traspasa lo físico hasta hacernos cautivos, nos lleva muchas veces a una depresión encubierta que no siempre es fácil de diagnosticar.
El origen de este tipo de realidad tan concreta se halla en ser abiertamente permeables a todo lo que nos llega, a todo lo que nos envuelve. En caso de no poner barreras, de no poner límites y colocarnos tras un escudo ante lo que nos desagrada, nos hace daño o nos estresa, acabaremos derrotados por dentro, vencidos por la apatía, el desánimo y la frustración.
Aprendamos a enfocar la realidad de otro modo: protejámonos.
Si lo que viene no conviene, protégete
¿Hasta dónde estas dispuesto a ceder sin renunciar a lo que eres? ¿Hasta qué punto vas a dejar que otros te arrastren hacia sus universos personales? No todo lo que viene conviene, ni todo lo que te llega tiene por qué integrarse en tu vida.
Es vital que aprendamos a poner límites personales adecuados. Para entender lo que supone e implica esta estrategia tan básica de nuestro crecimiento personal, visualicemos por un momento un círculo luminoso y cálido que nos envuelve. Ese espacio en el que quedamos contenidos es un área que nos protege del mundo exterior y que, a su vez, nos permite conectar con los demás sin necesidad de fusionarnos.
A su vez, ese círculo tan mágico tiene una propiedad fabulosa: es flexible. Nos permite relacionarnos sin que perdamos nuestra identidad y se extenderá a su vez, cuando percibamos que algo o alguien en concreto puede permitirnos crecer sin dañarnos.
Ahora bien, este círculo es sabio e implacable. Cuando quieran perjudicarnos se contraerá de inmediato porque esa barrera defensiva está íntimamente conectada a nuestros valores, a nuestra autoestima e identidad.
Si lo que viene hace daño lo deja fuera, sin más. Estos límites personales suelen desarrollarse en nuestros primeros años de infancia y adolescencia; sin embargo, es común que en ciertos momentos de nuestra vida hayan quedado dañados, abiertos a la fuerza por una permeabilidad excesiva.
No pasa nada, no es el fin. Siempre estamos a tiempo de sanarlo, de cauterizar sus partes rotas para crear otro círculo perfecto, fuerte y poderoso. Un círculo que tenga la flexibilidad adecuada para saber qué nos conviene y qué es mejor dejar en el vestíbulo de los invitados no deseados, en la antesala de los falsos amigos, los falsos sueños y las falsas esperanzas.
Aprendamos a hacer un buen uso de nuestras barreras defensivas.