Sentido de la sobrevivencia
Viktor Frankl, en su libro «El hombre en busca de sentido», cuenta desde un punto de vista psicológico todas las adversidades que se viven en un campo de concentración: La muerte de sus familiares, hambre, frío, etcétera. Llega a la conclusión de que quienes sobreviven en un campo de concentración no son los más fuertes, sino los que tienen voluntad.
Con la voluntad, muchos de ellos fueron capaces de sobrevivir por el deseo de encontrarse con su familia, de ver crecer al hijo que le quitaron a temprana edad, de terminar un trabajo empezado. Pero todos los sobrevivientes tenían una meta, un ideal que les ayudó a superar todas las dificultades.
La historia nos muestra como los hombres, sobre todo en el período de la adolescencia o juventud, tenemos sueños, ideales, deseos que queremos alcanzar. Todo eso se presenta como un torbellino en nuestro interior. Lastimosamente no todos llegan a alcanzarlos. ¿Por qué? Porque no tienen voluntad.
El hombre se puede comparar con un coche en que el motor es la voluntad que hace que se mueva el coche. Lo mismo pasa con el hombre: Se pueden tener muchas cualidades y muy buenos propósitos pero sin voluntad, todos esos talentos quedarán en la bandeja de salida, atrofiados y desaprovechados.
Es darlo todo cuando crees que ya no puedes más. No rendirse cuando sabes que vale la pena llegar a la meta. Es saber que la vida es sólo una y que hay que aprovecharla al máximo. Es, en definitiva, conocerse, aceptarse y superarse.
La voluntad nos exige tener el GPS encendido para poner una meta y mantener la mirada fija en esa meta, y así la voluntad se convierte en una fuerza interior que exprime todas las capacidades que tenemos para alcanzar la meta y llegar al fin que nos hemos propuesto. Vivir sin voluntad es llevar una vida monótona, arrutinada, aburrida y sin sentido, pues en el mundo los que triunfan no son los fuertes o ricos sino los que tienen voluntad.