Una extraña sensación
Hoy me levanté con una extraña sensación.
Mi mente algo buscaba. Era muy temprano y el sol con mucha fuerza recién asomaba. Solo me tomé dos mates y de repente, sin saber a dónde, mis piernas me llevaban.
Dos cuadras y un par de niños con sus caritas sucias me miraban y esperaban: -Hola señor, ¿me compra un pan?. Los miré y entre ellos y yo, solo quedó el “no, gracias”.
La extraña sensación seguía en mí. Mi mente algo buscaba y mis piernas me acompañaban y llevaban.
Seguí y seguí caminando hasta que un borracho me paró; me pidió un cigarrillo o una moneda para un poco de alcohol. Solo recuerdo su mal aspecto y también su mal olor, mientras me alejaba y volvía a decir que no.
Tomé un colectivo, me senté y quedé inmóvil viendo cómo se llenaba. De repente, una anciana y una embarazada; mi cabeza se apoyó en el vidrio y mis ojos dejaron de mirar porque lentamente se cerraban…
Me bajé, no importa dónde. Entré a un bar y mientras esperaba el café mi mente pensaba: ¿A dónde voy?, ¿A quién busco?. Mi mente, una extraña sensación, todavía dominaba.
-¿Le lustro señor?, Y sin girar la vista en aquel bar pronuncie el cuarto “no gracias”.
El día fue pasando y yo solo, solo caminaba y decía que no.
Era ya el atardecer, el sol se mostraba distinto, con menos brillo, con menos fuerza, solo buscando esconderse en algún rincón.
Mientras regresaba, cansado y abatido, en mi mente todavía flotaba “esa extraña sensación”, pero que ya no estaba sola, con “doña culpa” compartían el sillón.
Dormía en el colectivo cuando una voz extraña me despertó. Era un señor canoso que con mucha sabiduría me miró y me preguntó: ¿Estás cansado?. Hizo un silencio y reflexionó: -Seguramente me pasó lo mismo que a ti, aunque creo que yo ya encontré lo mío, ¿y tú?. Lo miré y casi sin pensar le dije “yo no, creo que no, me levanté muy temprano, quizás, quizás buscando a Dios… Ya es muy tarde… Y no lo encontré, señor”.
Mientras mis ojos miraban el dibujo de las luces de la noche, una “voz” me contestó: -Estuve todo el día a tu lado, pero siempre me dijiste que no.
Mi corazón se aceleró, giré rápidamente mi vista y alcancé a ver cómo descendía y se perdía en la oscuridad, ese señor.
Ya acostado, y con otra extraña sensación, pensaba en todas las veces que durante el día dije “no”.
De repente, un llamado, un pedido se escuchaba en el televisor: Un niño de 12 años necesitaba un dador. Es ta vez no dudé, esta vez no dije que no. Salí rápidamente y con solo salir de mi mente desapareció “esa extraña sensación».