La flor de cempasúchil, un símbolo icónico del Día de Muertos, ha sido significativa desde la época de los mexicas, representando la dualidad entre la vida y la muerte. En algunas regiones de México, es una costumbre tradicional colocar un camino de cempasúchil para guiar a los espíritus de los difuntos a su destino durante esta celebración.

La razón detrás de esta práctica se remonta a una leyenda que narra la historia de Xóchitl y Huitzilin, dos jóvenes cuya amistad se transformó en amor con el tiempo. En su búsqueda de la bendición del dios del sol, Tonatiuh, para su relación, Xóchitl y Huitzilin ascendieron a una colina donde el sol brillaba con más intensidad. El dios concedió su aprobación al ver el profundo amor entre ellos. Sin embargo, la felicidad de la pareja fue efímera, ya que Huitzilin murió en una batalla. En su desesperación, Xóchitl pidió al dios sol reunirse con su amado, lo que Tonatiuh concedió al transformarla en una flor de cempasúchil. El aroma de la flor atrajo a Huitzilin, que se había convertido en un colibrí, y así pudieron reunirse. Esta leyenda inspira la tradición de colocar caminos de cempasúchil en los hogares para atraer a los colibrís, que simbolizan las almas de los difuntos.

En el Día de Muertos, se encuentran caminos de flores en los panteones, que guían a las almas a su última morada. No colocar este sendero se considera en algunas regiones como una posibilidad de que las almas se pierdan en su regreso a las ofrendas preparadas por sus familias. Las ofrendas varían en niveles y elementos, pero la creencia común es que una ofrenda debe constar de siete niveles, cada uno representando aspectos como la base terrenal, el agua, el aire, el fuego, las pertenencias de los difuntos, la espiritualidad y finalmente, el cielo, con flores y las imágenes de los santos más relevantes para la familia. Estos niveles varían según las costumbres locales y familiares.

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