Una mañana, un día muy cercano, te despertarás con esa sensación cálida y acogedora en lo más profundo de la boca del estómago; esa sensación casi perfecta y reconfortante de que todo está bien. 

Que estás bien. Te sentirás seguro, amado y seguro en todo lo que eres. Sentirás que el mundo no es tan aterrador como pensabas, que el simple hecho de estar vivo no es tan desalentador. 

Sentirás como si finalmente te hubieran quitado la presión de los hombros cansados ​​y finalmente podrás llenar tus pulmones con una bocanada de aire fresco. Después de todas las preocupaciones, ansiedades y dolores que ha soportado durante meses, incluso años, finalmente se sentirá bien.

Realmente bueno y este sentimiento de bondad, este sentimiento de estar bien, te tomará por sorpresa. Te preguntarás si es real o si solo estás soñando.

Te preguntarás si este sentimiento es fugaz, porque después de todo el dolor por el que has pasado, esta calidez se sentirá demasiado bien para ser verdad. Pero está aquí para quedarse. Está aquí porque has cruzado la ladera de la montaña. Finalmente has superado las dificultades.  

Has superado la oscuridad y has salido al otro lado. Y cuando este alivio inunde tu alma, cuando esta bondad te envuelva, recordarás que así se siente la felicidad.

Cuando llegue esta mañana, despertar no será tan difícil. No tendrás tanto miedo.  No tendrás que fingir una sonrisa ni recordarte constantemente que debes poner buena cara. 

En esta mañana, sentirás que te inunda una sensación de plenitud, una sensación de certeza de que así es como se supone que debe ser la vida… que así es como estabas destinado a ser. Alguien feliz, alguien salvaje, alguien libre.