APUNTES… Asomo del “nuevo orden”, la pandemia
Por: Guillermo Fabela Quiñones
El secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterrez, sentenció: “La pandemia ha demostrado nuestra fragilidad. Pese a todos los avances científicos y tecnológicos de las décadas recientes, nos encontramos en una crisis humana sin precedentes a causa de un virus microscópico”. No es así, por supuesto, pues este bicho es uno más de los efectos de cuatro décadas de acumulación de la riqueza global, por un cerrado grupo de corporaciones monopólicas que han secado la economía de los países en vías de desarrollo.
La ciencia y la tecnología han estado básicamente al servicio de las corporaciones, no al del bienestar y la salud de la población, menos aún, al cuidado del medio ambiente. Por eso, suenan huecas las palabras del Jerarca del máximo organismo internacional. Puntualizó: “Necesitamos responder con unidad y solidaridad. Y un aspecto clave de la solidaridad, es el aspecto financiero”. No dijo nada contra el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los otros organismos globales dedicados al agio como nunca lo ha sufrido la humanidad.
Ahora sus representantes se desgarran las vestiduras, alarmados por las consecuencias de su absurda codicia. Guterrez pronostica que si no se detiene la pandemia, 60 millones en el planeta van directos a la pobreza extrema y las pérdidas en la producción global se elevarán a 8.5 billones de dólares. El panorama es apocalíptico, tal como estaba previsto a fin de reducir la población prescindible y sentar las bases de un mundo más ajustado a las necesidades de un nuevo orden mundial.
Las consecuencias de este paradigma neonazi, las está pagando incluso el pueblo de Estados Unidos, el cual encabeza el mayor número de contagios por el COVID-19, así como de fallecimientos. Y de aquí a 2021 falta un buen tramo, cuando en la Casa Blanca habrá un relevo que no será la garantía de que las políticas públicas del imperio vayan a cambiar en sus raíces. Por lo pronto, Trump rompió su compromiso financiero con la ONU.
Es de tal magnitud el riesgo de que la situación mundial desborde los límites de la racionalidad, que hasta el secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), uno de los más firmes defensores del neoliberalismo corruptor, José Ángel Gurría, recomendó al Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador “un aumento de la presencia del Estado como proveedor de mayor bienestar en la población con servicios de calidad”. Aceptó la necesidad de elevar la recaudación fiscal, al tener México la tasa más baja en la materia en América Latina, 16 por ciento del PIB, apenas la mitad de los países de la OCDE.
El cinismo de Gurría no tiene parangón: Él fue uno de los artífices, en los pasados treinta y seis años, de implantar las políticas que permitieron la evasión fiscal y la acumulación desenfrenada de la riqueza en unos cuantos grandes magnates favorecidos por los sucesivos gobiernos del «PRIAN». Ahora pretende pasar como quien da el visto bueno a lo que el actual mandatario lucha por hacer una realidad concretar: Frenar la codicia de las élites.
El mundo se encuentra en medio de una cuerda floja, no por el “virus microscópico” sino por décadas de acumulación de la riqueza producida por los trabajadores, entre monopolios trasnacionales dispuestos a seguir en su mismo derrotero. De ahí la inoperancia de la ONU y sus organismos colaterales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), corresponsables de la realidad en que nos encontramos. El nuevo orden mundial tendrá que ser humanista o el colapso final no se hará esperar.
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