Por: Guillermo Fabela Quiñones

Al finalizar su tercer informe conmemorativo del triunfo en los comicios del 2018, el presidente López Obrador se refirió a la encuesta levantada por la Presidencia de la República, en la que destacó el dato que debía quedar bien claro en la ciudadanía: 72 por ciento respondió afirmativamente a la pregunta sobre la continuidad de su mandato hasta el fin del sexenio, pues “hay gobernabilidad en el país…, la paz es fruto de la justicia… no se han creado nuevas organizaciones delictivas”, afirmó.

Sigue confiado en que para alcanzar sus metas necesita proseguir los programas asistencialistas en marcha, los cuales tienen garantizada su permanencia gracias a que la alianza encabezada por Morena tiene mayoría simple en la Cámara de Diputados. “No podrán frenar (los reaccionarios) nada que vaya destinado a los pobres”. Sin embargo, la terca realidad impone la necesidad de ver más allá de tal conceptualización de una sociedad tan compleja como la nuestra. Mientras no se arranquen de raíz las causas de la desigualdad, la pobreza seguirá siendo un problema irresoluble.

Si la paz es fruto de la justicia, puede afirmarse que los avances logrados en esta administración son superficiales, la lucha a fondo contra la pobreza sigue siendo una asignatura pendiente. Hay gobernabilidad (muy relativa) gracias en buena medida a que las remesas de los migrantes a sus familias sostienen la microeconomía, el consumo necesario para que millones de mexicanos no padezcan hambre. En mayo, lo señaló el Presidente, alcanzaron la cifra récord de cuatro mil 514 millones de dólares.

Tal realidad es una prueba de que la política económica nacional camina sin más rumbo que el que trazan las coyunturas, sin un plan que muestre las estrategias que impulsen cambios estructurales de fondo. Por eso la cúpula oligárquica está feliz, aunque para disfrazar su gratitud al régimen tiene a grupos que distraen a la población desinformada, para hacerle creer que las transformaciones son profundas, como se requieren para lograr una justicia social duradera.

En su discurso, el presidente señaló que a causa de las transformaciones de su Gobierno “se formó un grupo conservador… no hay duda de que este bloque se constituyó para enfrentarnos”. Pero puntualizó que se trata de “adversarios a vencer”, quienes “tienen pleno derecho a manifestarse y siempre serán respetados”, aunque recurran a “guerras sucias” como lo hicieron antes de las elecciones de junio pasado. De ahí la beligerancia de personajes que se saben intocables, como el magnate Ricardo Salinas Pliego, cuyo adeudo multimillonario al fisco (40 mil millones de pesos: Raquel Buenrostro, titular del SAT) es demostrativo de que tiene razón para actuar como lo hace.

Es claro que mientras no se debata públicamente un plan de desarrollo sobre bases científicas, los cambios estructurales en el país seguirán en la sala de espera, o en el patio de Palacio Nacional donde sólo se escucha la voz del mandatario. ¿Acaso es un acto de justicia que el trágico accidente de la Línea 12 del Metro se encapsule en la promesa del principal capitalista del país de reparar el daño que provocó una de sus empresas? Quizá sí, desde el punto de vista de los parámetros del neoliberalismo, no desde luego del cambio prometido en favor de una sociedad más concientizada, como dijo el mandatario que es indispensable en el país.

Precisamente por eso es necesaria la crítica, y más aún la autocrítica, pues sin esta categoría ética es impensable abrir a la sociedad los caminos para tener claridad sobre una realidad cada vez más compleja. Las grandes transformaciones sociales se logran con la concientización del rumbo a seguir, sin ocultamientos sino con pleno conocimiento de la verdad, quitando al pueblo las vendas de la ignorancia con educación y cultura, renglón este último sepultado en el olvido.

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