Por: Eduardo Ortega Solano

La regulación de las redes sociales no es un tópico nuevo, son pocos los países que se han logrado sustraer a la tentación de querer hacerlo, argumentos, causas y formas son disímbolas; se invoca la protección de datos personales, la defensa para infantes y grupos vulnerables, daños a la moral, difamación, injuria, calumnia, siendo esta última, capaz de tener repercusiones hasta de tipo legal. Muchos han sido víctimas de fraudes y perjuicios económicos, acoso sexual y grooming, y no se debe pasar por alto, el acceso a contenido inapropiado o de índole delictivo, linchamientos digitales y ciberbullying, que algunas veces ha terminado en verdaderas tragedias.

También se busca acotar los límites del supuesto poder ilegítimo que han obtenido las empresas tecnológicas como Facebook o Twitter sobre los mismos gobiernos; tal como sucedió con la cancelación de la cuenta del otrora presidente Donald Trump, acción realizada por Twitter, en el momento que aún se consideraba el hombre más poderoso del mundo, con la justificación qué, desde su cuenta, estaba incitando a la violencia. Por su parte AMLO señaló que, en el vecino país del norte, estas empresas estaban jugando el papel de “la Santa Inquisición” y propuso la creación de una red social nacional para que la población no sufra de “censura” como ocurrió en Estados Unidos. Dos días después, en una relación que no encuentro; aunque muchos lo quieran ver así, fueron suspendidas tres cuentas afines a la Cuarta Transformación (4T) que contaban con miles de seguidores, acusándolos de “acciones masivas, de alta densidad o engañosas” es decir prácticas de Fake News (Noticias falsas) y spam.

Y que no quepa la menor duda, que para los gobiernos pudiera ser muy “conveniente” censurar contenidos, principalmente de carácter políticos o de denuncia, incluso subversivos tal como se trató de hacer sin éxito, en la llamada “Primavera Árabe” donde las redes sociales fueron importantes protagonistas en su organización, esto dio como resultado la caída de los gobiernos de Túnez, Egipto, Libia, entre algunos países más, sin embargo en países como Siria, continúan conflictos por demás sangrientos. A pesar de lo antes expuesto, los beneficios de las redes sociales superan en mucho el perjuicio que pudieran ocasionar. Un bisturí en manos de un cirujano puede salvar una vida, siendo el mismo bisturí el que la puede terminar, si se encuentra en manos de un criminal… también así se comportan las redes sociales.

Motivado por las expresiones del Presidente, el senador de Morena, Ricardo Monreal, aseguró que solo corresponde al Poder Legislativo y no a empresas privadas la regulación de la libertad de expresión en el ciberespacio, y anunció que presentará una iniciativa al respecto. Sin embargo, se tendrían que encontrar una armonía entre la regulación jurídica, técnica y los reglamentos internos de las mencionadas empresas, lo cual seguiría supeditando a los gobiernos a las decisiones de entes privados. Por supuesto que no es lo mismo prohibir que regular, siendo la primera opción la que más inhibiría el uso de las redes sociales, ya que la segunda nacería y transitaría como “letra muerta”. Pero aun así y por paradójico que parezca, su prohibición no termina con su uso, simplemente le da un carácter clandestino que pudiera ser más atractivo.

Si México quisiera prohibir el uso de Twitter, sería tan sencillo como ordenar al cien por ciento de los proveedores de Internet que bloquen la IP de páginas y programas que dan acceso a este servicio de microblog, tal como ocurre en China; y seguramente como también ocurre en China, los mexicanos sabríamos que es un VPN y nos lograríamos conectar como lo hacen 35 millones de chinos, y en muchos países más donde está prohibido.

La naturaleza del Internet, desde sus orígenes con “arpanet” o el moderno “internet de las cosas” y cualquiera de sus derivados, es incontrolable, incensurable, son millones de computadoras conectadas unas con otras, sin tener el “talón de Aquiles” que le daría una central.

Twitter: @EduardoOrtegaS