Un día después de las elecciones
Por: Gilberto Jiménez Carrillo
Las elecciones del pasado 6 de junio fueron catalogadas como las más grandes en la historia del país, no solo por el crecimiento del número de electores, sino también, por el número de cargos que se eligieron, fueron en total 21 mil cargos de elección popular. Entre los participantes no hubo blancos o negros, ni buenos y malos, sino un conjunto de actores que hicieron todo lo posible por ganar espacios electorales, incluso a costa de lastimar el mismo proceso electoral. En ese contexto, los jugadores de la contienda fueron rebasados por los árbitros. El Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) se excedieron en sus funciones y en muchos casos adoptaron la última palabra en las disputas de campaña.
A partir de ese momento, para un sector importante de la ciudadanía la credibilidad del INE empezó a ser historia. Tanto unos como otros, partidos y actores políticos recurrieron al viejo discurso de elección de estado, como las que hacía el PRI en sus buenas épocas gracias al control del proceso electoral, el dominio de los organismos de fiscalización, el silencio en los medios, la manipulación ciudadana y el fraude múltiple. No hubo elección de estado, pero si una elección altamente insatisfactoria, de enfrentamientos cotidianos y muy poco debate de propuestas.
Con respecto de los resultados tanto nacionales como locales, los opinólogos que por cierto pululan y algunos hasta se creen expertos en análisis político cuando sus comentarios del rancho no pasan, dirán que fue un voto de castigo, pero otros dirán que resultó un voto de convencimiento. Los opinólogos de Durango y de todo el país repetirían sin ton ni son que sus predicciones fueron las acertadas, de manera que se vienen aburridísimos y estériles artículos editoriales con este tema. Lo cierto es que los resultados son una mezcla difícil y a la vez sencilla de analizar, y carecen de una única lectura. Creo que el recién concluido proceso electoral merece una reflexión para elecciones futuras que van más allá de por quién o por qué proyecto voy a votar, lo que cada uno resuelve según su particular criterio, sino más bien –al menos en mi caso- para que va a servir ese voto que se me solicitó, y es que una constante es que los electores utilizan el voto como instrumento de castigo o premio en contra o a favor de los gobiernos.
Uno de los grandes beneficios de las elecciones del 2 de julio del 2018 es que nuestros horizontes y nuestros desafíos cambiaron, otras cuestiones llaman al desarrollo de nuevas estrategias, de nuevas políticas y en consecuencia de nuevos debates. Pese a las diferencias, pasado el proceso electoral, tanto la ciudadanía como los políticos deben comprender y aceptar que hay un solo país y vivimos en Durango, la tierra de todos.
No será de extrañar que no se alcancen todos los objetivos deseables, por lo que tenemos que estar vacunados contra el desánimo y el desaliento. Comienza una etapa de explotación de los resultados, dicho de otra manera, a ver si es cierto y no se repita la eterna frase de prometer no empobrece. Nos toca trabajar a todos, los que votaron por unos y los que votaron por los otros, en construir un México y un Durango donde quepamos todas y todos. Si pudimos triunfar ante el desafío de las llamadas elecciones más grandes en la historia, deseo que sea esto el inicio del ciclo más democrático de nuestra historia.
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