El semidesierto coahuilense presenta un santuario rupestre arqueológico en la entidad de Cuatro Ciénegas. Un mundo de fósiles vivientes, el cual, con el viento calmo, trae el eco de antiguos hombres y mujeres que fueron domados por la aridez y tejieron una cultura alrededor de ella.
Abriéndose camino entre susceptibles cardos y otras puntillosas plantas, desde hace poco menos de dos décadas el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Yuri de la Rosa Gutiérrez, ha logrado registrar a conciencia cada uno de los motivos pintados sobre rocas hace siglos, los cuales en conjunto evocan una ritualidad marcada por los ciclos de la naturaleza.
Bajo uno de los abrigos del Cañón de La Lagartija, el primer sitio al que fue comisionado para su inventario —por su entonces directora de proyecto Leticia González Arratia—, el arqueólogo del Centro INAH Coahuila va trazando el mapa del santuario antiguo que es Cuatro Ciénegas, un valle localizado al centro de la entidad, el cual forma parte de la red mundial del Programa “El hombre y la biosfera”, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
En ese complejo ecosistema donde perviven peces, caracoles, crustáceos, diatomeas y bacterias de características marinas, que llevan el recuerdo de un mundo sin fósforo de hace más de dos mil millones de años, la huella del ser humano (mucho más reciente en esa escala evolutiva) también cuenta, y mucho.
Además de paneles y rocas aisladas con pintura rupestre, dispersos en el valle también se ubican vestigios de talleres de fabricación de artefactos, cuevas mortuorias, fogones y morteros que sirvieron a los grupos de cazadores-recolectores para la elaboración de alimentos: “Es un lugar en medio del desierto muy completo, porque contiene espacios rituales y otros que refieren a la vida cotidiana, con una secuencia de ocupación que nos lleva a las primeras migraciones que bajaron del norte del continente americano, y que, tras la conquista española, resistió el exterminio de la población indígena hasta mediados del siglo XVIII”.
Asentados en el Catálogo de Registro Arqueológico Nacional, están poco más de 400 sitios localizados en Coahuila, trabajados de manera oficial, “pero los reportes van más allá de 500, sin considerar los que aún desconocemos. Más allá del municipio de Cuatro Ciénegas, en todo el semidesierto, estos espacios con algún tipo de impronta humana se hallan en lo alto y a mitad de las sierras, al pie de monte, en los cañones y en los valles.
“Haciendo una estimación de la investigación arqueológica realizada en el estado, esta no supera el 10 por ciento del territorio, el cual —cabe decir—, es el tercero más grande del país, además de que muchos de estos sitios se encuentran en lugares de difícil acceso. Los sitios de arte rupestre son los más representativos y atractivos dentro de esta tipología, y constituyen cerca de 80 por ciento del inventario; en Cuatro Ciénegas hay medio centenar”.
De la Rosa, quien lleva tatuado el primer panel rupestre que dibujó: un par de chamanes escarlata de brazos implorantes, señala que, salvo algunas diseños naturalistas, zoomorfos y antropomorfos (como el que carga día a día), la pintura en roca de Cuatro Ciénegas es predominantemente abstracta: rombos, líneas continuas y en zigzag, cruces, círculos, círculos concéntricos, espirales.
Después de mucho análisis, partiendo de estos registros a escala, es posible “aventurar” interpretaciones, señala el investigador quien recientemente ha publicado el libro Los astros en las rocas de Coahuila: arqueología de los antiguos habitantes del desierto, el cual parte del estudio de los motivos pictóricos presentes en seis sitios, cuatro localizados en Cuatro Ciénegas, y dos más en el aledaño municipio de Candela.
“Como miembros de sociedades modernas, electrificadas, nosotros ya no miramos al cielo; pero ellos (los cazadores-recolectores) sí. Estos grupos humanos se concebían como un elemento más de la naturaleza, al igual que los animales y las plantas y, por supuesto, que la observación sideral definía el ciclo de vida que el desierto les proporcionaba: el tiempo del venado, el de la pitaya, el de la hoja de yuca… y este conocimiento profundo lo obtuvieron a lo largo del tiempo”.
Ante el lento avance de técnicas que permitan datar directamente las pinturas rupestres, su fechamiento arqueológico tentativo se da por asociación con otros elementos culturales que sí pueden ser sometidos a pruebas de radiocarbono o espectrometría de masas, entre otros métodos de datación.
El experto del INAH indica que estudios de paleosuelo arrojan que el semidesierto de Cuatro Ciénegas es tal desde hace 30,000 años, de ahí que los nómadas cazadores-recolectores se enfrentaron desde siempre a estas difíciles condiciones. Y a contracorriente de la idea de civilización, destaca que estos grupos no tuvieron la necesidad de “evolucionar” a otro estadio “porque fueron sumamente exitosos en su modo de vida forjado en el desierto, hasta que vinieron a exterminarlos ante la imposibilidad de confinarlos en misiones”.
Otro aspecto que debe ser desmitificado, es el “aislamiento” de estas sociedades debido a su entorno abrupto. En varias cuevas que ocuparon, se han registrado materiales como adornos de concha y piedra verde, los cuales dan cuenta del contacto con grupos de la costa del Pacífico y otros más al sur y al norte.
Te podría interesar: El tren va a tu casa, conoce el Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos