Cuencamé de Ceniceros, Durango.- Durante esta semana se celebró el 309 aniversario de la devoción al Señor de Mapimí, fiesta que se caracteriza por su sentido histórico desde la época colonial, con crónicas y testimonios de Fe interesantes las cuales atraen cada año a miles de peregrinos de diversos lugares para visitar u ofrendar una manda al cristo que habita en la parroquia San Antonio de Padua de dicha localidad.
La historia cuenta que la imagen llegó a la región desde el siglo XVIII, un jueves santo 6 de agosto de 1715 en que los españoles del Real de Mapimí realizaban una procesión cargando la imagen, pero en el trayecto sufrieron un devastador ataque por parte de tribus prehispánicas asentadas en la región, llamadas tobosos y cocoyomes. Un grupo de soldados logró escapar con la imagen hacia la población de Parras, atravesando la sierra de Jimulco, sitio donde hallaron un lugar propicio para ocultarla.
Tiempo después, la imagen fue encontrada muy cerca de las márgenes del río Aguanaval “por unos soldados escolteros”, en un árbol llamado mezquite, “en donde dicen, lo visitaba una india”. Se entiende que la india era cristiana, pues “veneraba la efigie de Cristo, señor nuestro y titulado de Mapimí”.
Los escolteros trasladaron la imagen “a la parroquia de Cuencamé”, llegando ahí el 6 de agosto de 1715 para no irse nunca, “extendiendo sus brazos de misericordia, favoreciendo y obrando muchos milagros”, según expresan los pobladores.
Cuenta la leyenda que a pesar de los intentos de los pobladores de Mapimí por recuperar su cristo, no pudieron lograrlo porque cada vez que se pretendía moverlo se hacía pesado, imposibilitaba su movimiento, lo que se interpreta como que el Señor de Mapimí no desea salir de Cuencamé.
Su casa es, desde entonces, el Real de Minas de San Antonio de Cuencamé, en la parroquia de San Antonio de Padua, sitio que “no ha querido abandonar” por más esfuerzos que se han hecho para regresarlo a Mapimí.
Por: Edsson Zamarripa