POR: IVÁN RAMÍREZ

Las casillas habían cerrado y solo quedaba esperar las encuestas de salida, actualizar cada cinco minutos la página del “Prep” o escuchar la declaración de los principales candidatos a la Presidencia de la República asumiéndose ganadores o reconociendo su derrota.

Cuando todo se conjuntó y los indicadores hablaban de un aplastante triunfo de López Obrador, muchos salieron a las calles emocionados, otros paseaban en sus coches viendo las diferentes reacciones que la ciudad les ofrecía, esperanza, felicidad, temor, resignación.

Gente quitándose la playera de su partido y guardándola en la cajuela como si esta tuviera ácido o polvo pica pica, pues en política es común que la lealtad siga a la nómina, al poder, a la victoria. Gente usando gritos de felicidad fingida como lubricante para meterse y mezclarse entre los morenistas, dejando la dignidad en el mismo lugar donde guardaron la playera, entre la llanta de refacción y unas cachuchas de Meade o Anaya.

Algunos compañeros solo estuvimos festejando como media hora, pues debíamos regresar a los consejos distritales para estar atentos a los resultados oficiales y prepararnos para la otra etapa de defensa del voto. Andrés Manuel iba sin problemas, la elección al Senado también, pero la de diputados federales era nuestro coco.

Fueron varios días y noches sin dormir, literal. Conteo de actas y voto por voto, adrenalina, mesas de recuento y la obligación moral de sacar adelante a nuestra candidata.

Pasaron semanas y algunos seguían en la fiesta; nos mandaban fotos y videos por whattsap de personas -que nunca habíamos visto- repartiéndose puestos. Algunos de los que ahí aparecían los vieron el día de la elección y a la hora de la comida, en un restaurante… aún no entiendo que poderes de ominpresencia te dan una cubeta de cervezas y unos cortes AAA para cuidar y defender los votos desde una mesa.

En lo personal, una de las mejores sensaciones del 1 de julio del 2018 fue cuando me hablaron mis hijas por teléfono y yo le marque a mi esposa para decirnos “¡ganamos!”.  Al final cerramos con broche de oro, pues logramos una victoria con 13 votos de diferencia en la elección de nuestra candidata a Diputada federal, que por cierto, a causa del proceso tan largo fue la última Legisladora en incorporarse a la Cámara de Diputados. Pero aun así, la carga de responderle a la gente era mayor que las ganas de seguir festejando. Ya ganamos, ahora hay que responder.

Sigo creyendo que fuimos parte de algo verdaderamente trascendental, el paso para una verdadera alternancia y el inicio de una etapa en la historia de nuestro país que marcará un antes y un después en nuestra forma de vivir y en la relación ciudadano-Gobierno. El 1 de julio del 2018 esto fue lo que vi, viví, pensé y sentí.

Hoy, a un año de distancia, no festejo, pues el compromiso es enorme y no podemos detenernos a levantar una copa y brindar por México cuando México sigue a la espera de que le sacudamos el olvido.

Levantar una copa para brindar sin derramar el vino, significa que nos hemos detenido por un momento y no podemos darnos ese lujo cuando provocamos tantos sueños y esperanzas en lugares donde la tierra se sigue llenando de sangre, de jóvenes frustrados o el acceso al agua potable y comida es la súplica de cada día.