APUNTES… El trasfondo de las protestas feministas
Por: Guillermo Fabela Quiñones
En nuestro país, el Día Internacional de la Mujer se transformó en un escenario en el cual, lo que se minimizó al extremo son las reivindicaciones que dieron origen a esta conmemoración: los derechos laborales conculcados por un capitalismo opresor que se ensañó contra las trabajadoras por su situación de género. Se cayó de manera grotesca en una pantomima contestataria, sin un contenido político profundo, como lo tuvo en su origen en la segunda década del siglo diecinueve, en el apogeo de la Revolución Industrial.
Los problemas de fondo de las mujeres hoy, cedieron ante las presiones de organizaciones feministas que tienen, como esencia de su lucha, el respeto irrestricto a sus derechos individuales, básicamente de género. Esto sería válido, sin la intervención de intereses que se ocultan con caretas, no en la celebración de una iniciativa histórica que marcó el comienzo de una etapa que abrió el camino a reivindicaciones elementales de las mujeres en el mundo, camino que aún se sigue construyendo, con grandes esfuerzos en países dominados por fundamentalismos perniciosos.
Para las clases dominantes, conviene puntualizarlo, es satisfactoria tan perversa desviación política, en cuanto que los derechos laborales de las mujeres siguen supeditados a condiciones impuestas por milenarias premisas discriminatorias contra la mujer, tanto en Occidente como en Oriente, desde antes de nuestra era. Tal forma de relación social se ha venido arrastrando como un mecanismo de usos y costumbres, prevaleciente aún en los pueblos originarios, como lo vemos en la mayoría de los grupos étnicos mexicanos.
No es fortuito que las protestas se orienten a condenar la violencia de género, sin referirse a las causas estructurales del flagelo, principalmente la injusticia social y la desigualdad que afecta a hombres y mujeres, siendo éstas las principales víctimas. Así, las consignas se vuelven frases ingeniosas, insultantes, provocadoras, es decir meras abstracciones que se pierden en el maremágnum de carteles y mantas. Esto es del agrado de las élites, las cuales incluso no tienen empacho en sufrir algunas pérdidas, si a cambio capitalizan el beneficio de montarse en protestas contra el poder, en este caso con fundamentos que proporciona el propio Presidente.
¿Qué necesidad había de sacar de su cómoda posición de legislador al candidato a gobernador de Guerrero, Félix Salgado Macedonio, a sabiendas de lo que necesariamente iba a ocurrir? Contestar satisfactoriamente esta pregunta requiere de un amplio análisis de situaciones muy intrincadas, aunque se quiera simplificar este asunto con el señalamiento de que se trata de un compromiso entre compadres. Desde luego, hay muchas implicaciones de carácter político y sociológico, las cuales se habrán de conocer al paso del tiempo.
Como dice un refrán popular: “Ven la tempestad y no se hincan”, es decir, viendo que se puede desatar una tormenta lo menos que se debe hacer es no salir a empaparse. Pero como hemos visto en estos dos últimos años, el presidente López Obrador parece movido por curiosos resortes internos que lo mueven a buscarse problemas innecesarios. Esto encanta a sus adversarios, pues facilita sus constantes ataques. Así, él mismo pone serios obstáculos a un proceso de por sí complejo, como lo es impulsar estrategias que permitan reducir la desigualdad, la pobreza y la violencia.
Independientemente de las causas estructurales e históricas de tales fenómenos sociales, es imposible dejar de señalar que la responsabilidad de corregirlos a fondo es del régimen que fue legitimado por una amplia votación. Esto lo favoreció el desgaste de un sistema político abusivo en extremo, al servicio de una cúpula sólo preocupada por sus intereses particulares, que no se resigna a perder uno solo de sus privilegios; por eso, quienes tienen más visión en ese reducidísimo segmento, se ven obligados a frenar las ofensivas de sus representantes en los sindicatos patronales.
De ahí que los movimientos mal llamados feministas hayan perdido su esencia política, para convertirse en grupos de presión que inhiben el ejercicio de las mujeres con conciencia social, y desvían su lucha hacia objetivos frívolos, aunque tengan justificación en una reivindicación de derechos humanos conculcados por prejuicios y dogmas seculares.
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